Opinión
Una exhalación tras otra
En apenas tres días, Javier Milei pasó del festejo sobrio a una nueva ronda de negociaciones con gobernadores. Promete humildad y reformas profundas en impuestos, trabajo y jubilaciones, mientras el país redefine su mapa político y económico.
Roberto García
Diario Perfil
Juan Schiaretti por Pablo Temes
Faltó tiempo. Ni pudieron festejar los oficialistas el triunfo de hace 72 horas. Hoy se abre la Casa Rosada para negociar con los gobernadores, unos victoriosos, otros fallidos. Así vive Javier Milei: una exhalación tras otra, cambiando la agenda política en una vorágine implacable, luego de teñir de violeta gran parte del mapa argentino. Parte de su estilo, aunque ahora promete otro perfil: dicen que le dijo a su ministra Sandra Pettovello o a su vocero favorito que se había dado un baño de humildad después de ganar. Se bajó del pedestal. Rarísimo el Presidente; siempre ocurre al revés: los perdedores son quienes admiten errores, se vuelven introspectivos con el pasado. Justo cuando logra acercarse a la coronación, elimina el tocado y se viste de ciudadano común.
Lo cierto es que, sin champaña ni banquete —como se sabe, no consume alcohol y solo come milanesas, no en particular con Mauricio Macri—, propone hoy iniciativas para compartir con las provincias, sea en el terreno impositivo, en el laboral o en el previsional. Una mesa de discusión. Cumple lo que prometió. Por ejemplo, quiere incrementar el IVA a 24 puntos, de los cuales 9 quedarán para la Nación, al tiempo que las provincias embolsarán entre 9 y 24, según lo que generen. A cambio de ese aumento, se borra el tributo a los Ingresos Brutos, también el llamado impuesto al cheque, de la época de Fernando de la Rúa, que iba a durar un año, y en el paquete a ofrecer formulará algún boceto para bajar las retenciones agropecuarias. No es lo que desea quien lo ayudó en la emergencia, el secretario del Tesoro Scott Bessent, protector de sus farmers. Es una discusión.
Otra discusión: el nuevo esquema tributario a poner hoy sobre la mesa supone ventajas para el desarrollo de las provincias grandes; las más pequeñas pueden poner el grito en el cielo. Se verá. Empieza la discusión, la formación de acuerdos o litigios, demandas y concesiones; también el eventual traslado de los proyectos a un Congreso que era hostil hasta el domingo pasado a la noche y, desde ahora, puede ser tan flexible como el de la nueva composición que regirá desde el 10 de diciembre, por el flamante éxito mileísta en las urnas.
Además de las medidas tributarias, se arroja al debate un trajinado proyecto de reforma laboral y otro previsional. Sostiene Milei que estas modificaciones serán centrales para justificar la nueva era, el cambio histórico que ocurrirá en el país. Gracias a él, claro, quien asegura haberse dado una ducha de humildad. Siempre y cuando, obvio, los gobernadores se allanen a esa transformación y, en particular, sus satélites parlamentarios. Puede generar más estupor este posible entendimiento que la perplejidad ocurrida en la última votación con la conquista mileísta. Inclusive más que los acontecimientos económicos que se sucedieron a esa contienda: del misil de las acciones (suba de 40% en un día, que vendría a semejarse a un óptimo comportamiento de la Bolsa norteamericana en tres años) a la formidable recuperación de los títulos públicos.
Una exageración de confianza, al menos frente a la oscilación cambiaria: con los nuevos vientos, por primera vez la sociedad empieza a sospechar que permanecer en dólares quizás no sea un buen negocio, como si aquel burlón consejo del ministro Luis Caputo —“Andá, comprá dólares, campeón”— hoy podría ser acertado. Contra lo que sostienen muchos economistas, el FMI y hasta el Tesoro norteamericano, Milei afirma que no necesita elevar las reservas mientras conserve el superávit fiscal; por lo tanto, no debería comprar dólares en el futuro ni subir la cotización. Incluye en su teoría que el agregado monetario M2 no habilita una cantidad suficiente de pesos para continuar la pasión argentina de comprar y ahorrar en dólares. Quizás sea un cambio histórico, como dice el mandatario. Por ahora, es una porfía. Hasta cultural.
Asombrosas derivaciones de un resultado electoral que ni Milei aguardaba, menos aquellos que han debido contratar una funeraria para su propio entierro. A pesar de que el peronismo no realizó la peor elección de su historia, como parece, y de que la interesante introducción de la boleta única tampoco indica que exterminó el fraude: por ejemplo, en La Matanza, el PJ obtuvo casi los mismos votos de siempre. Otro mito derribado.
Los números han condenado al plan de la tercera vía —una opción despreciable para Milei, quien evitó recibir al socialdemócrata Tony Blair, que trajo en su delegación al titular del JPMorgan—, a quienes se mostraban disconformes con Milei y con Cristina de Kirchner. Falló, muriendo en la versión cordobesa encabezada por Juan Schiaretti, destruyendo su aspiración presidencial para 2022. Y, como se sabía, el gobernador Martín Llaryora ni piensa acompañarlo hasta el cementerio. Tampoco lo ayuda la edad a Schiaretti para conservar la ilusión en épocas en que los jóvenes son más y arrasan con lo que pueden. Con otro margen etario, también quedaron en el fondo de la tabla el santafesino Pullaro o el rebelde Ignacio Torres. Fin de un experimento europeo por obra de la polarización. Ingreso al agujero negro de la desaparición, como la centenaria UCR, que hasta extravió su propia identidad por subsumirse con otras expresiones (Capital Federal). Logró apenas un diputado en discusión (Martín Lousteau) en una tierra que hasta hace pocos años le pertenecía.
Para el peronismo, a su vez, perder inesperadamente en la provincia de Buenos Aires resulta imperdonable, aunque de las últimas elecciones haya perdido en tres. Sean personajes K o con patente de origen firmada por el General. Abundan reproches a la generala de la caída; los intendentes hacen cola para el puesto de verdugo: hay fronda en el PJ para derrocar a Máximo y La Cámpora, para destronarla a Cristina. Es la hora de la venganza mientras ella se exaspera porque supone —para no perder la categoría— que, en lugar de Milei, la venció Donald Trump. O Braden, según ella y su nuevo delfín Juan Grabois, congelados en los cuarenta del siglo pasado.
Justo en una sociedad que, por culpa de la inflación, no recuerda lo que pasó el año pasado. Tampoco está el Papa para consolarlos: tiempo de velatorio. No repara la viuda de Kirchner que en otros distritos ganó (Formosa, La Rioja), o que fue vencida su fracción en aquellos lugares donde el PJ se presentó dividido (Tierra del Fuego). Parece la dama consumirse en la disgregación, rumbo a la cochería política, aunque persiste un núcleo duro bonaerense que no la abandona. Ella, como todo el peronismo de la provincia, embriagado por el reciente trofeo legislativo, jura que no vio venir el fenómeno nacional de Milei. No lo tomó en cuenta, otra vez, como hace dos años, quien en esta ocasión llegó a las urnas sofocado y zafando de una corrida cambiaria por la gracia de Trump y las inexplicables fuerzas del Cielo. El resto lo puso él: coraje y convicción, hizo la campaña por su cuenta mientras los rivales dormían la siesta. Ganó y está momentáneamente estable. Al menos en lo económico. Pasmoso el cambio.

 
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