lunes, 20 de octubre de 2025

La pax americana del Tío Donald

 OPINIóN


La pax americana del Tío Donald


Cómo jugó Trump en el proceso de paz en Medio Oriente y la liberación de rehenes por parte de Hamas. Los desafíos que vienen.


James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986)


Revista Noticias

Donald Trump por Pablo Temes


Para fastidio de los muchos que lo toman por un bufón maligno, el presidente norteamericano Donald Trump puso un freno a la guerra en Gaza al conseguir que los yihadistas de Hamas liberaran a los veinte rehenes judíos que habían sobrevivido a dos años de cautiverio en los túneles del enclave. Fue una hazaña notable, pero esto no quiere decir que, merced exclusivamente a sus esfuerzos, ya haya comenzado “la era dorada de Israel y el Oriente Próximo”, como se dio el gusto de proclamar el lunes pasado ante el parlamento israelí.



El futuro brillante previsto por el “gran pacificador” Trump sería factible si casi todos los habitantes de la región estuvieran sinceramente dispuestos a convivir pacíficamente con el Estado de Israel, pero sucede que muchísimos se resisten a hacerlo por un motivo muy sencillo: los judíos no son musulmanes. Antes bien, como les recuerdan muchos versos coránicos, son sus enemigos más perversos porque sus antepasados desdeñaron a Mahoma. Por lo tanto, no pueden tolerar que judíos gobiernen territorios que durante siglos pertenecían a uno u otro califato. Para ellos son intrusos que, como los cruzados, tarde o temprano se verán expulsados.


A los occidentales les cuesta tomar en serio las dimensiones teológicas de los conflictos que están causando tanto dolor no sólo en el Oriente Medio sino también en África y partes de Asia Central en que la guerra santa islamista dista de ser un concepto exótico que interesa sólo a los historiadores. Pocos días transcurren sin que grupos afines a Hamas, como el Estado Islámico, Hezbollá, Boko Haram, Al-Qaeda y muchos otros perpetren matanzas sanguinarias de los reacios a someterse a su versión “fundamentalista” de lo que para ellos es la única fe verdadera.


Con escasas excepciones, los europeos y norteamericanos prefieren no hablar de las atrocidades cometidas por tales fanáticos por miedo a ofender a los cada vez más musulmanes que se han asentado en sus propios países y que no vaticinarían en acusarlos de “islamofobia”. Cuando el entonces papa Benedicto XVI -Joseph Ratzinger- aludió elípticamente a la agresividad islámica en el célebre discurso que en septiembre de 2006 pronunció en Ratisbona, fue denunciado con virulencia por los biempensantes de Europa y América de Norte.  


El deseo de tantos occidentales de creer que el islam es un credo pacífico benefició enormemente a Hamas en la guerra que inició hace poco más de dos años cuando invadió a Israel para violar, mutilar y matar a más de mil hombres, mujeres, niños y bebes, capturando a 251 para usar como rehenes. Lo que a primera vista pudiera haber sido tomado por un error propagandístico de los yihadistas -casi todos los adultos eran pacifistas que se creían amigos de los árabes palestinos- resultó ser un golpe táctico genial que a buen seguro se verá repetido por otras bandas terroristas en los meses y años próximos. Al  obrar así, Hamas, que desde el primer momento contaba con la simpatía del grueso de la progresía occidental que suponía que luchaba por un Estado palestino independiente, obligó a los israelíes a enfrentar militarmente a un enemigo que estaba más que dispuesto a ver a miembros de la población local convertidos en “mártires”, lo que en una época de comunicaciones electrónicas visuales ubicuas estaba garantizado a provocar la indignación de amplios sectores en el resto del mundo.


Frente a la alternativa de limitarse a pedir que la ONU condenara la barbarie de los yihadistas y tratar de aniquilarlos por los medios que fueran, los israelíes, conscientes de que en su parte del planeta es suicida brindar una impresión de debilidad, optaran por contraatacar.


Aunque muchos dicen creer que a Israel le hubiera convenido asumir una postura menos belicosa frente a lo que sucedió el 7 de octubre de 2023, ya que según ellos lo único que ha logrado es merecer la desaprobación de presuntos aliados europeos como Emmanuel Macron y Keir Starmer al aislarse así de la “comunidad internacional”, de haberse procurado congraciarse con tal entelequia adoptando una actitud pasiva, las consecuencias hubieran sido incomparablemente peores ya que, convencidos de que era vulnerable, los resueltos a poner fin a la existencia del Estado judío hubieran redoblado sus esfuerzos por aniquilarlolo. Felizmente para los israelíes, hoy en día pocos gobiernos vecinos creen que les valdría la pena correr el riesgo de compartir el destino de Hamas, Hezbollá y el régimen teocrático iraní que chocaron contra las fuerzas militares judías que están entre las más letales del mundo entero.


Aunque  representantes de los gobiernos árabes de la región y de otros países mayoritariamente musulmanes sumaron sus voces al coro que condenaban a Israel por lo que hacía en Gaza, no hicieron nada para intervenir; entendían que la amenaza supuesta por el islamismo militante les era decididamente más peligrosa que la planteada por la tan vilipendiada “derecha” israelí, razón por la que no titubearonn en colaborar con Trump cuando les ofreció una salida decorosa.


¿Funcionará la “pax americana”? Sólo si la superpotencia acepta desempeñar el papel ingrato de guardián armado de una región tumultuosa y dividida en que el conflicto entre Israel y los árabes palestinos dista de ser el único que en cualquier momento podría adquirir proporciones alarmantes. Sin embargo, una y otra vez Trump ha dejado claro que no quiere que Estados Unidos reasuma el papel de gendarme planetario que, a regañadientes, había intentado cumplir durante varias décadas.


En opinión de Trump y sus asesores, es necesario que efectivos de países musulmanes como Turquía, Egipto y Arabia Saudita se encarguen del desarme de los combatientes de Hamas y las demás organizaciones yihadistas que pululan en la región. Así pues, hay un riesgo de que Trump pronto pierda interés en el Oriente Medio para concentrarse en otros asuntos.  En tal caso, la estabilidad de la región dependería de Israel y de aquellos vecinos que anteponen el desarrollo económico a las aspiraciones tradicionales del islam, una fe que es tan genéticamente conquistadora que a los creyentes les es muy difícil convivir tranquilamente con aquellos, como los judíos, cristianos, hindúes y librepensadores, que rehúsen arrodillarse.    



Aunque Trump, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y los líderes árabes más destacados coinciden en que Hamas no podrá formar parte de un eventual gobierno de la enclave, no bien se replegaron las fuerzas israelíes a las líneas acordadas, los yihadistas salieron de sus escondites para asesinar a gazatíes que acusaron de colaborar con el enemigo. También insistieron en que no se permitirían desarmar y que tendrían que participar en el gobierno de un eventual Estado palestino. Así pues, el futuro del “plan de paz” del presidente norteamericano dependerá de la voluntad de los líderes árabes de hacer cuanto resulte necesario para eliminar de una vez a para todas una organización totalitaria, que sí es de mentalidad genocida, que cuenta con el apoyo no sólo de muchísimos palestinos sino también de simpatizantes occidentales que, de vivir en el Oriente Medio, no tardarían en ser víctimas propiciatorias del terror islamista.


Con frecuencia, Netanyahu y otros israelíes han advertido a los europeos y norteamericanos que, si buen ellos mismos encabezan la lista de enemigos mortales del islamismo extremo, después vienen los cristianos, ateos y agnósticos. Bien que mal, a pesar de la reducción drástica del número de cristianos y otros en distintos países musulmanes, muy pocos occidentales prestaron atención a lo que ha estado ocurriendo en los últimos años. Antes bien, en Europa y América del Norte muchos, en especial los autollamados progresistas, siguen aferrándose a la esperanza de que, siempre y cuando hagan algunas concesiones que a su entender serían meramente simbólicas, los islamistas dejarán de hostigar a los demás con atentados y, de vez en cuando, con masacres de jóvenes que asisten a espectáculos musicales como aquel que, en Israel, fue el escenario de una orgía de brutalidad protagonizada por Hamas.


A juzgar por lo que sigue ocurriendo en las calles de sus ciudades, el Reino Unido, Francia, Suecia y Alemania, en que la “islamofobia” está creciendo en intensidad, se asemejan cada vez más a los países del Oriente Medio. También está cobrando intensidad  el antisemitismo, mejor dicho, el anti-judaísmo, que en muchos casos puede tomarse por un mecanismo mental defensivo, por el deseo de creer que si uno se aleja de personas supuestamente problemáticas uno estará a salvo. Sea como fuere, a lo ancho y lo largo del mundo, está resurgiendo este odio tan antiguo que, un tanto paradójicamente, beneficia a Israel al persuadir a muchos judíos talentosos que es el único lugar en la faz de la Tierra en que pueden sentirse seguros.


Para más señas, Israel es uno de los escasos países desarrollados -quizás el único- cuyos habitantes están reproduciéndose a un ritmo suficiente como para ahorrarse los desastres demográficos que están experimentando tantos otros, entre ellos la Argentina.  El vigoroso “élan vital” colectivo así manifestado hace suponer que las crisis existenciales que Israel ha enfrentado a partir de su renacimiento hace 77 años, de las que la desatada por Hamas y el “eje de la resistencia” formado por Irán es la más reciente, sólo han servido para fortalecerlo.

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