Panorama Político Nacional
El escenario
Santiago Caputo, el "gurú" detrás de la estrategia: ¿Centralización o riesgo para la campaña?
El "arquitecto" de La Libertad Avanza (LLA), el polémico Santiago Caputo, alias "Peaky Blinders".
(Dibujo: Fernando Rocchia para AGENCIA NOVA)
En los últimos días, varios medios destacaron el protagonismo de Santiago Caputo en el diseño de la estrategia electoral de La Libertad Avanza (LLA).
Lo que para sus defensores es la recuperación de una dirección clara y coherente, para sus críticos es la confirmación de un fenómeno preocupante: la personalización y la concentración de la operación proselitista en manos de un solo operador comunicacional.
Caputo fue señalado como la pieza clave en la elaboración del discurso y la puesta en escena pública del espacio. Pero esa centralidad no se produjo en el vacío: llegó acompañada de decisiones que, según fuentes periodísticas, reconfiguran funciones y desplazan responsabilidades que antes estaban distribuidas entre coordinadores provinciales y equipos técnicos.
La designación de una coordinadora nacional y la simultánea atribución a Caputo del rol de estratega muestran una división de tareas que, en los hechos, parece dejar la brújula política en manos de su visión personal.
Ese modelo tiene efectos concretos y previsibles. Primero: la concentración de poder comunicacional tiende a homogeneizar mensajes y empobrecer la capacidad de adaptación local.
La campaña que funciona desde un escritorio centralizado puede chocar con realidades provinciales heterogéneas, lo que obliga a los equipos territoriales a ejecutar tácticas diseñadas fuera de su conocimiento del terreno.
Segundo: la personalización facilita la opacidad. Cuando decisiones clave emanan de un núcleo reducido, disminuye la transparencia sobre por qué se escogen determinados ejes y no otros, y quién rinde cuentas por los errores.
La elección de especialistas para áreas puntuales (como la digital) también revela fisuras internas: mientras Caputo se presenta como arquitecto del relato, expertos en comunicación digital fueron ubicados en mesas separadas, con otros liderazgos.
Esa fragmentación funcional puede leerse como un intento por mantener el control estratégico del mensaje central, pero a la vez expone a la campaña a problemas de coordinación, filtraciones y contradicciones públicas que terminan dañando la imagen del armado en su conjunto.
No es menor el componente simbólico: en política, la figura del estratega omnipresente tiende a eclipsar el proyecto colectivo. La narrativa que coloca a un “gurú” como principal artífice corre el eje del debate hacia la técnica y el relato, y lo aleja de las discusiones sobre políticas concretas, programas y respuestas a los problemas reales de la ciudadanía.
Si la meta es construir un movimiento con arraigo territorial y sostenibilidad institucional, la concentración de poder comunicacional parece un camino equivocado.
Además, hay un riesgo reputacional. La campaña de un partido o espacio público debería poder explicitar su organigrama, sus responsables y sus líneas de trabajo sin que ello dependa de figuras individuales.
La cultura de los “nombres” y los “gurús” favorece el protagonismo personal por sobre la rendición de cuentas colectiva, y empuja a los dirigentes a vivir de las decisiones tácticas en lugar de debatir proyectos políticos de fondo.
Si La Libertad Avanza aspira a proyectarse más allá de una temporada electoral, necesita revisar la ecuación: disputar votos no puede convertirse en sinónimo de depender de la creatividad y el pulso de un solo operador.
Repartir responsabilidades, profesionalizar procesos y garantizar transparencia en la toma de decisiones no son meras recomendaciones administrativas: son condiciones básicas para que una fuerza política deje de ser un conjunto de tácticas y se transforme en una alternativa con base social y estructura institucional.
En síntesis, que Santiago Caputo ocupe hoy un lugar central en la estrategia de La Libertad Avanza no debería leerse solo como una victoria personal del operador.
Debe ser el momento para preguntarse si la concentración de poder comunicacional fortalece realmente al espacio o si, por el contrario, lo expone a riesgos de coordinación, opacidad y personalización que pueden costarle caro cuando la campaña termine y llegue el tiempo de gobernar, rendir cuentas y responder ante la ciudadanía.

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