lunes, 1 de septiembre de 2025

Bienvenidos al sentimiento que tienen los kirchneristas











COLUMNISTAS 

Moral y política

Bienvenidos al sentimiento que tienen los kirchneristas 

Elegir el voto incluirá la cuestión ética: ¿será superior al utilitarismo que determina a veces?

Luis Costa 

Diario Perfil




Cristina Kirchner por Pablo Temes

“No es la ética misma la que se está extendiendo, sino solo la comunicación sobre la ética”.

Niklas Luhmann

Es posible que ahora resulte más sencillo para el antikirchnerismo comprender y estar más cerca de los sentimientos de sus rivales, en especial, para toda ocasión en que se debe construir un esfuerzo explicativo para situaciones de acciones futuras. Millones de votantes se verán enfrentados, en los próximos días, a hacer un juego de agregados y quitas, para seguir intentando sentir que sus votos siguen siendo un acto moral, por un futuro mejor, basado en la negación de las inmoralidades que tanto despreciaban en gestiones anteriores, pero sintiendo, de manera creciente que son ellos los que deben hacer a un lado las inmoralidades repentinamente cercanas, de lo que solo simulaba ser diverso. En realidad, todos van descubriendo, que la política no es un espacio que pueda ser descripto a través de criterios morales, sino de otros rastros que requieren esfuerzos sistemáticos de adaptación sentimental.

No puede negarse que en la comunicación cotidiana la moral se hace presente. Sin embargo, esto se produce de un modo en el que no siempre queda aclarado el origen estructural que da orientación indudable para definir lo moralmente aceptable de lo no aceptable, es decir, cuándo una comunicación está moralizada y cuándo no lo está. Sin mucha dificultad, se puede reconocer cómo lo “bueno”, o lo “malo”, en tanto criterios descriptivos de diferentes procesos sociales, ha ido mutando a lo largo de los años. Aquello que era absolutamente inaceptable hace cincuenta años puede hoy resultar un detalle sin sentido. Las modas de indumentarias, los estilos artísticos musicales, la convivencia de parejas sin estar casados, y hasta los contenidos televisivos son solo ejemplos de lo normal y no cuestionado (excepto en casos marginales) del presente, pero intolerables moralmente en un pasado reconocible en el tiempo. Pero, al mismo tiempo, sin mayor dificultad, se puede caer en la cuenta de que los criterios para indicar un lado o el otro de la moral no son precisamente fijos, sino también mutables. No solo es frágil la moral, sino que los componentes contemporáneos de su definición lo son al mismo tiempo. No todo es así en la sociedad moderna.

Para algunos procesamientos de comunicación social en ámbitos específicos, existen referencias de mayor precisión. El sistema del derecho tiene normas hacia las cuales señalar una referencia al momento de indicar si está algo ajustado o no ajustado a derecho, y tiene, al mismo tiempo, procedimientos conocidos que deben ser cumplidos a lo largo de cada recorrido judicial. La economía resuelve la indeterminación de una comunicación a través del uso del dinero, ya que se reconoce a la moneda corriente como el mecanismo válido e indudable para realizar un pago en el precio que corresponda, y la ciencia tiene criterios de demostración de verdades entre pares que determinan la verdad o no verdad de un descubrimiento científico, sin el cual no podría, ni ser publicado, ni justificar nuevas líneas de investigación para nuevos presupuestos. Estos recursos no implican un mecanismo seguro e infalible de un fluir sociológico de las comunicaciones, pero ayudan a establecer criterios de reducción de incertidumbre o de arbitrariedades. Si se tiene el dinero, se paga y se acepta el pago; si se demuestra que se violó una norma, será acusado; si el análisis estadístico demuestra relación causal, podrá ser publicado. Pero el problema con la moral es que no tiene ningún equivalente que ofrezca prestaciones de este tipo, lo cual lleva, inevitablemente, a consecuencias, en especial, porque debe reemplazar una referencia fija inexistente, por otra de criterios móviles. Esto conduce, necesariamente, a otorgarles un peso exagerado a las decisiones o preferencias personales. Esto es casi lo único que se necesita para que se expanda el despliegue de la arbitrariedad. Así, la subjetividad hace su juego.

Establecida esta limitación operativa, se puede comprender con mayor facilidad a lo que un proceso de comunicación se somete si es que la moral se encuentra como elemento argumental. Al no existir componentes estructurales o determinantes para discernir de manera universal lo bueno de lo malo, nunca llega a resolverse el paso de un lado al otro de ese código binario. A diferencia de una norma, que existe en formato de ley, la moral sobrevive como un componente valorativo de observación que se va nutriendo de la acumulación de puntos de vista que combinan preferencias ideológicas, o de gustos, de varios tipos, a través del tiempo. Se comprende, de este modo, lo difícil que podría ser, en algunos casos, el logro de hacer fluir un proceso de intercambio comunicacional, si es que el único elemento disponible es el moral. En caso de que se extremen las posiciones, no habrá resolución de contingencia que logre una huida exitosa a un conflicto de partes. En eso anda la política argentina.

El sistema político ha ido incluyendo cada vez más elementos de moralización a sus propios procesos de comunicación. En realidad, no es el único, ya que de los ejemplos expuestos es también posible combinarlos con indicaciones morales. Se puede lamentar que un barrio modifique su paisaje por el reemplazo de casas por edificios, pero no por eso limitar la inversión; o se puede sentir bronca por la cantidad de años que se otorga de prisión a un condenado, pero solo será un tiempo dado de acuerdo a lo que una norma permita. La moral interviene, entonces, como un comentario externo a procesos específicos en los que no puede intervenir. La política, por el contrario, parece haber intentado en este último tiempo hacer creer en Occidente que los valores e idearios de preferencia eran los que realmente diferenciaban objetivamente a buenos de malos, e involucrando de esa manera a demasiadas personas en algo aparentemente real y esencial. El proyecto de Milei ha tenido esa forma.

Al final del camino se encuentra un límite. La moral no puede reemplazar con eficiencia aquello que sucede operativamente en otros sistemas ya basados en lógicas operativas propias. Incluso, cuando lo intentan, solo producen detención. El kirchnerismo queriendo digitar la complejidad de la economía, sobre las bondades del pueblo y la maldad del capitalismo, son un buen ejemplo de que no es ese un atajo productivo. La moral, cuando aparece, detiene al mundo.

El silencio de Milei luego de la filtración de los audios, sin hablar por demasiados días, es solo explicable por el abuso de la moral en todas sus comunicaciones por demasiado tiempo, como un artefacto, que, por exceso de uso, se convierte indefectiblemente en un arma en su contra, y produciendo sobre él mismo, lo que genera la moral: quietud en la comunicación.

El regalo indeseado de este derrotero es que en este tiempo urgente de las elecciones, el antikirchnerismo debe constituir un escenario de justificación para hacer a un lado los criterios morales, y descubrir que los verdaderos trazos de la política no son los de los valores compartidos, sino los de las oportunidades que se busca aprovechar para ganarle, toda vez que se pueda, a los enemigos.

La sociedad tiene un recurso para resolver esto, la hipocresía. Su utilidad es notable, ya que permite el fluir de la comunicación a pesar de las inconsistencias. Tal vez el voto, por lo menos ahora, en lo inmediato de esta próxima elección, tenga más contenidos de hipocresía que de componentes morales. Bienvenidos al mundo real, ese que habla de la moral, pero se entretiene con otras cosas.

* Sociólogo.

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