OPINIóN
Milei está regresando a la Tierra
El caso de las coimas en Discapacidad bajó al Presidente de su nube de optimismo. La baja en las encuestas y las posibles consecuencias electorales.
James Neilson para Revista Noticias
Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).
Hasta hace menos de un mes, los hermanos Milei, Javier y Karina, podían imaginar que, como el Correcaminos de los dibujos animados, no tenían que preocuparse por la fuerza de gravedad que afecta a los mortales comunes. Sin tener que esforzarse, de la noche a la mañana el dúo consiguió subir desde la oscuridad a la cima de la jerarquía política nacional, distanciándose casi mágicamente de los miles de personajes, algunos muy talentosos, que durante años habían soñado con hacer lo mismo sin alcanzar más que una banca parlamentaria.
Y como si lo logrado en su propio país no fuera suficiente como para convencerlos de que el destino los había elegido para cumplir un papel de importancia en la historia del género humano, Javier, un amigo predilecto de Donald Trump y Elon Musk, se convirtió enseguida en un gran referente internacional, uno de los líderes de un movimiento que, según sus partidarios, liberaría al mundo occidental de las garras del socialismo y de la insensatez woke que lo estaban destruyendo.
No extraña pues que, encerrados en una burbuja triunfalista, los Milei y quienes habían optado por acompañarlos en su aventura hayan confiado tanto en la buena estrella del elegido por las fuerzas del cielo para ser el mejor presidente de la historia universal, que les costó reaccionar con rapidez frente al escándalo provocado por la difusión de grabaciones en que el ex funcionario Diego Spagnuolo aludía a la presunta participación de Karina y Eduardo “Lule” Menem en la venta de favores a empresas farmacéuticas que, desde luego, han sido una fuente tradicional de fondos para la política.
Para desconcertar aún más al gobierno, pronto comenzaron a circular otros audios de Karina que fueron grabados en la Casa Rosada; aunque parecería que el contenido era innocuo, el que virtualmente cualquiera pudiera acceder a conversaciones privadas entre funcionarios alarmó tanto a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que se puso a hablar de la intervención de “personas ligadas a servicios de inteligencia rusos” y chavistas, lo que significaba que la Argentina estaba en “una situación de indefensión”. Para proteger el país de sus enemigos externos y, es de suponer, internos, el gobierno logró que un juez de trayectoria accidentada, Alejandro Patricio Maraniello, prohibiera la difusión por los medios periodísticos de los audios, autorizando así la censura previa.
Como no pudo ser de otra manera, los kirchneristas, que saben mucho de corrupción, no vacilaron un instante en sacar provecho de las sospechas generadas por lo que estaba ocurriendo. Si bien no les ha sido dado convencer a nadie de que Cristina sea realmente inocente de los muchos cargos en su contra, tanto ella como sus admiradores insisten en que se limitaba a respetar las generosas normas no escritas que han conservado su vigencia en el país y que permiten a todas las agrupaciones políticas financiar sus actividades con dinero aportado por empresarios habituados a vender bienes y servicios al Estado. Desde su punto de vista, el que los hermanos Milei estén bajo sospecha de pedir coimas sirve para confirmar que lo hecho por Cristina y sus cómplices era normal y que por tal motivo fue terriblemente injusto condenar a la doctora a pasar años de detención domiciliaria y llevar una tobillera electrónica.
Puesto que Milei se erigió en presidente porque a juicio de amplios sectores del electorado no tenía nada en común con los políticos del montón, verse acusado de comportarse como cualquier veterano de “la casta” que toma la corrupción por algo acaso lamentable pero rutinario ya ha de ser penoso, pero no le sería fácil intentar desvincularse del asunto echando a “fusibles” para apaciguar a los moralistas, como a buen seguro harían otros mandatarios en una situación similar. Desgraciadamente para Milei y para regocijo de sus muchos enemigos, su hermana, con la que tiene una relación simbiótica, encabeza la lista de sospechosos. Sería lógico que le pidiera dejarse reemplazar como secretaria general de la presidencia por alguien mejor calificado, pero quienes lo conocen dicen que hacerlo le sería traumático. Asimismo, aunque parecería que tendrá que hacerlo, también le sería difícil defenestrar a los Menem por tratarse de los aliados principales de Karina en el gobierno libertario.
Sea como fuere, aun cuando casi todos los integrantes de “la casta” sean sujetos tan miserables como suele afirmar Milei, ya se habrá dado cuenta que no podrá prescindir de los servicios de personas que entienden cómo funcionan las cosas en las instituciones públicas del país y que serían capaces de administrarlas con eficacia. Mal que le pese al presidente, gobernar no es tan sencillo como le gustaría creer. Tampoco lo sería reformar la clase política. No podrá hacerlo con medidas contundentes comparable con las que está usando para hacer más racional la economía. No hay ningún equivalente político al déficit cero; por ser la Argentina una democracia en que el electorado tiene la palabra final, a lo mejor puede esperar que, andando el tiempo, los votantes se habitúen a castigar a los corruptos y a aquellos personajes que no reúnen las condiciones mínimas necesarias para que lleguen a ser legisladores o funcionarios estatales dignos.
En opinión no sólo de Milei sino también de muchos otros, la larguísima y casi fatal decadencia del país se debió a que durante vaya a saber cuántas décadas estuvo en manos de políticos que se enorgullecían del desprecio soberano que sentían por la realidad económica -aquellos números tan inhumanos que molestan a los biempensantes-, y alardeaban de basar sus decisiones en lo que según ellos eran criterios éticos. Para remediar las consecuencias del modelo disfuncional que tales políticos se las habían arreglado para crear, Milei se propuso ir al otro extremo y subordinar lo político a lo económico. Por un rato, el esquema que ensayaría brindaba resultados promisorios, pero aquella fase está acercándose a su fin. Para manejar con solvencia las presiones sociales que están comenzando a hacerse sentir, el gobierno tendría que fortalecer lo que podría llamarse su ala política.
No exageran demasiado los que, con una dosis de malicia, dicen que Milei está actuando como si fuera el ministro de Economía mientras que Karina, que no fue elegida por nadie a menos que uno incluya a su hermano, se desempeña en el rol político que debería corresponder al presidente de la República. El esquema que improvisaron no ocasionó muchos problemas cuando impedir que la economía se hundiera en medio de una tormenta hiperinflacionaria era una prioridad absoluta, pero, con razón o sin ella, muchos están llegando a la conclusión de que la emergencia ha sido superada y que ha llegado la hora de tomar más en serio la necesidad de dar al ambicioso programa económico esbozado por Milei una base de sustentación política que sea mucho más fuerte que la existente.
¿Servirán los resultados de las elecciones que están por celebrarse para justificar el optimismo extravagante que es una de las señas de identidad de Milei? Aunque es factible que ingresen al Congreso muchos legisladores que llevan banderas violetas, lo que sucedió la semana pasada en Corrientes le habrá enseñado al oficialismo que no le convendría seguir negándose a aliarse con grupos partidarios afines que, entre otras cosas, estarían en condiciones de suministrarle los funcionarios experimentados que tanto necesita.
De haber llegado a un acuerdo con los radicales en Corrientes, donde ganaron por un margen sumamente cómodo, la Libertad Avanza, que terminó en el cuarto lugar detrás del kirchnerismo y una facción radical díscola, estaría proclamándose responsable de la victoria que se anotó Juan Pablo Valdés, el hermano del gobernador saliente Gustavo Valdés. Puede que algo similar suceda en otros distritos en que el grueso del electorado propende a preocuparse más por los temas locales que por los nacionales.
Tal y como están las cosas, la autoridad del gobierno encabezado por Milei seguirá dependiendo más de la falta de alternativas convincentes que de su propia pericia, pero ello no quiere decir que el presidente pueda darse el lujo de continuar a anteponer sus sentimientos personales a todo lo demás. En las semanas últimas, se hizo dolorosamente evidente que precise rodearse de hombres y mujeres más capacitados, y menos caprichosos, que aquellos que conforman el elenco gobernante actual.
Puede que Milei no lo comprenda, pero ya se ha terminado la parte más fácil de su gestión. No se equivocan quienes advierten que no será igualitario el orden propuesto tanto por Milei como por todos los conscientes de que el capitalismo liberal ha resultado ser el único sistema que se haya mostrado capaz de satisfacer las aspiraciones mayoritarias, ya que privilegia a quienes poseen las aptitudes precisas para prosperar y perjudicará a muchos otros, pero a menos que el país se resigne a un futuro dominado por la pobreza multitudinaria, no hay más opciones. En adelante, el gobierno tendrá que enfrentar los problemas nada sencillos que sufrirá una sociedad en transición que se ve obligada a cambiar un “modelo” socioeconómico poco exigente por uno decididamente más competitivo. Para no fracasar, necesitará contar con colaboradores que se destaquen por su capacidad profesional
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