OPINIóN
La casta contraataca
El Congreso y los gobernadores condicionan al Presidente y sus políticas de déficit cero. La tentación del veto permanente. ¿Milei tiene alternativa?
James Neilson para Revista Noticias
Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).
Maldita cúpula mono | Foto:Pablo Temes
Puesto que durante más de un año Javier Milei se divertía suministrando un sinfín de motivos para odiarlo a quienes no militaban a su lado, fue de prever que llegaría el día en que los disconformes con su gestión reunirían esfuerzos por recordarle que, por presidencialista que sea el orden político nacional, no es un dictador y por lo tanto tiene que respetar ciertas reglas. Es lo que la mayoría de los legisladores hizo hace poco más de una semana al votar a favor de medidas que son incompatibles con el equilibrio fiscal que posibilitó la caída abrupta de la tasa de inflación y dio al libertario un capital político lo bastante grande como para permitirle soñar con un período prolongado de hegemonía en que haría de la Argentina una potencia mundial. Ya que el país está en plena temporada electoral, todos los políticos se sienten forzados a llamar la atención a su solidaridad con quienes menos tienen.
Con todo, puede entenderse la indignación que se apoderó de Milei, que creía que le sería dado basurear con impunidad a los diputados que en su opinión son parásitos que se han habituado a vivir a costillas del resto del país, cuando optaron por pasar por alto la antipática realidad económica que ha intentado sacralizar. ¿Lo hicieron porque suponían que suavizar el ajuste no tendría consecuencias negativas, porque habían llegado a la conclusión de que Milei es un sujeto tan peligroso que hay que frenarlo aun cuando hacerlo signifique regresar a la época de los planes platita con la hiperinflación al acecho, o porque sólo pensaban en darle un rapapolvo para que aprendiera a tratarlos un poco mejor?
De las respuestas a tales preguntas dependerá el futuro de la Argentina. Puede que sea factible redistribuir de manera más equitativa los costos del ajuste feroz que Milei puso en marcha, pero no es necesario ser un economista ultraliberal para entender que abandonarlo a esta altura y ponerse a gastar plata fabricada por la maquinita sería un error trágico. Aunque cuesta creer que, con la eventual excepción de Cristina Kirchner y sus adherentes más fanatizados, haya muchos políticos que preferirían que el país se hundiera a permitir que el gobierno actual se mantuviera en el poder por mucho tiempo más, ello no quiere decir que los demás sean incapaces de obrar así.
Después de todo, siempre ha habido políticos y otros íntimamente convencidos de que la matemática es anti-argentina y que por lo tanto es lícito desafiarla por lo que suelen calificar de razones morales. Tales personajes no podrán sino sentirse tentados a reincidir en el facilismo tradicional. Entre los así propensos se encuentran los jerarcas de la Iglesia Católica, todos enemigos jurados de los malditos números, que hace poco sumaron sus voces al coro opositor afirmando que “la política no debe someterse a la economía ni ésta a la tecnocracia”, palabras que sin duda reconfortaron a los hartos de llevar el chaleco de fuerza conceptual que les impuso el gobierno libertario y buscan excusas para asumir posturas más flexibles y, como dirían, más humanas.
Milei apuesta a que la mayoría termine reconociendo que, sin un grado insólito de disciplina fiscal, no habrá forma de impedir que la Argentina degenere en una gigantesca villa miseria, de ahí la defensa categórica que hizo por cadena nacional de su voluntad de vetar cualquier proyecto de ley que la amenazara. Si bien en aquella oportunidad se abstuvo de emplear los insultos groseros que hasta hace muy poco usaba para atacar a sus adversarios e incluso a aliados vacilantes, acusó a los legisladores que apoyaron las iniciativas que no le gustaban de ser saboteadores que querían causar “un genocidio”.
Exageraba, desde luego, ya que hay una diferencia muy grande entre la depauperación masiva y la liquidación física de millones de personas pertenecientes a una etnia determinada, pero sucede que Milei se ve como el representante terrenal de la dura realidad económica, mientras que en su opinión sus críticos son fantasiosos sensibleros, herederos de aquellos que, a través de los años, con una mezcla perversa de debilidad mental, egoísmo rampante y miopía, se las arreglaron para arruinar a uno de los países más promisorios del planeta.
A Milei le encantaría prohibir por ley la irresponsabilidad fiscal, multando o, tal vez, encarcelando a aquellos legisladores o funcionarios que no cumplan reglas que a su entender han de ser inviolables. No se trata de una propuesta sería. Aunque sería positivo que el electorado se acostumbrara a castigar con severidad a los políticos que formulen promesas que a primera vista parecen atractivas pero que andando el tiempo sólo servirían para agravar la situación de los más vulnerables, comenzando con los jubilados, en ninguna democracia rigen leyes destinadas a obligar a los políticos a distinguir entre lo presuntamente deseable en el corto plazo y lo positivo en el largo.
De todos modos, una cosa es la actitud asumida por Milei frente al desastre económico que ha protagonizado el país y otra muy distinta es la excentricidad extrema que lo caracteriza. Aunque repudiar su conducta y considerar ridículas sus creencias no tiene que significar sentir entusiasmo alguno por la irracionalidad económica, en la Argentina actual no es nada sencillo distinguir entre las dos vertientes de un presidente que ha sabido combinar el realismo financiero con el esoterismo religioso y un grado extraordinario de agresividad verbal.
Es por tal razón que su manera extravagante de comportarse pone en riesgo no sólo su propio proyecto político, que consiste en remplazar el peronismo por su versión muy particular del credo libertario para que en adelante sea “el sentido común de los argentinos”, sino también la recuperación económica del país. Parecería que Milei mismo se ha dado cuenta de que el estilo barriobajero que había hecho suyo estaba socavando el programa macroeconómico que, para aplauso de muchos tanto aquí como en el exterior y perplejidad dolorida de otros ha emprendido, de ahí el compromiso público a dejar de usar insultos soeces, a menudo con sobreentendidos sexuales, para mortificar a su críticos.
Mal que al presidente le pese, la política importa. Por mucho que quisiera que la ciudadanía comprara sin examinarlo un paquete que, además de contener un compromiso elogiable con el rigor fiscal, incluye una multitud de extras nada recomendables, para que su proyecto prospere tendrá que moderar su discurso y mostrarse dispuesto a debatir de manera civilizada con quienes no comparten todas sus ideas. Si bien los seguidores de Milei en las redes le han persuadido que fue en buena medida gracias a sus excesos retóricos que logró derrotar a “la casta” política en 2023 y que le sería suicida procurar conciliarse con el grueso de sus integrantes, aquella rebelión parlamentaria contra ciertos aspectos del ajuste le habrá enseñado que le convendría reconocer que la Argentina sigue siendo una democracia en que el poder presidencial tiene sus límites.
Lo mismo que Mauricio Macri en su momento, Milei ha hecho del kirchnerismo el enemigo a batir. ¿Fue un error estratégico? Es probable. En todos los sistemas políticos, figurar como la fuerza opositora principal en una etapa muy difícil es un papel deseable y no cabe duda de que el kirchnerismo se ha visto beneficiado por la decisión oficialista de ubicarlo en dicho rol. Asimismo, proclamar al mundo que la Argentina se ve obligada a elegir entre un movimiento novedoso que está en vías de construcción y el regreso de uno ya consolidado que es célebre por haberse entregado a la corrupción a escala industrial, al “capitalismo de los amigos” y al inflacionismo, hace comprensible que el índice de riesgo país se haya mantenido en un nivel muy alto. Es en buena medida culpa de Milei que, a juicio de “los mercados”, la Argentina podría recaer en el kirchnerismo para transformarse en una versión sureña de la Venezuela chavista.
También ha incidido en la imagen internacional del país la benevolencia llamativa del régimen de detención domiciliaria que está disfrutando la expresidente Cristina. Para inquietud de muchos, sigue actuando como la jefa más influyente de la facción política que, según el gobierno, encabeza la oposición a las reformas que está tratando de llevar a cabo. Puede que a la doctora aún le esté prohibido participar plenamente de las campañas electorales que están por entrar en sus fases decisivas y que le moleste muchísimo aquella tobillera electrónica que simboliza su condición de convicta, pero tales inconvenientes aparte, Cristina no tiene demasiados motivos como para quejarse.
En todas partes, es normal que quienes no están en el poder aprovechen las oportunidades que les brinde el gobierno para criticarlo. Pocos días transcurren sin que Milei les entregue una nueva. Si bien las polémicas que desata sirven para mantenerlo en el centro del escenario, también lo expone al riesgo de que, si la fortuna deja de sonreírle, hasta los que aprueban “el rumbo” que ha fijado para la economía y aceptan, aun cuando haya sido con resignación, todas los medidas que ha tomado para hacer retroceder la inflación, juzguen que sería mejor para el país que cediera lugar a un dirigente de ideas parecidas pero que tenga una personalidad pública mucho menos complicada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario