viernes, 22 de agosto de 2025

El agotamiento de una estrategia ambiciosa, personalista e inflexible

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El agotamiento de una estrategia ambiciosa, personalista e inflexible 


Ni la economía ni la política funcionan como los Milei imaginaban; al igual que en todos los aspectos de la vida, las cosas son siempre mucho más difíciles de lo que uno se propone 

22 de agosto de 2025

PARA LA NACION 

Sergio Berensztein

Javier y Karina Milei por Alfredo Sábat








Ni la economía ni mucho menos la política funcionan de la manera que los hermanos Milei imaginaban. Nada nuevo: como en todos los aspectos de la vida, las cosas son siempre muchísimo más difíciles de lo que uno se propone ex ante. La experiencia indica que lo más apropiado es evitar proyectos y objetivos maximalistas, más aún si para que se concreten se requieren insumos que están más allá de la voluntad o el alcance de los principales protagonistas.


Javier y Karina Milei suponían que a esta altura del año la recuperación económica se sentiría de manera nítida, con una inflación controlada (1% al mes o incluso menos) y un dólar más cerca del piso que del techo de la banda de flotación acordada con el FMI. Nada de eso ocurre, en buena medida por errores no forzados en el manejo de la política monetaria. Pero sucede algo más que hace que el riesgo país se mantenga muy alto a pesar del compromiso del Gobierno con el superávit financiero: si el notable esfuerzo fiscal y político por asegurar los recursos para cumplir con los pagos correspondientes a la deuda pública no convence al mercado, esa desconfianza tiene también profundas raíces políticas e institucionales.



Vaya si hay precedentes para justificar semejante pesimismo. ¡Sobran! El país tiene una historia de inestabilidad macroeconómica compleja, incluyendo una docena de defaults y reversiones hacia el populismo más extremo luego de períodos relativamente breves de estabilización y aparente compromiso con políticas de apertura comercial y respeto a los derechos de propiedad, que fueron violados de manera a menudo absurda y caprichosa.


Frente a esta muralla de precedentes engorrosos, ¿alcanzaba la férrea voluntad de un gobierno minoritario para revertir la esperable prudencia de los agentes económicos? ¿Era suficiente la decisión de sostener el superávit fiscal a cualquier costo aun con una presencia raquítica en el Congreso? La lógica política hubiese sugerido un sostenido empeño por seducir diputados y senadores afines, concretar acuerdos multipartidarios, ampliar significativamente las bases de sustentación del nuevo orden macroeconómico para garantizar la estabilidad y el crecimiento. El Gobierno hizo lo contrario, más allá de algún pacto circunstancial, por ejemplo con los siempre eclécticos gobernadores norteños. Incluso la construcción de cara al proceso electoral estuvo signada por la misma dinámica: el imperio del violeta y la voluntad de Karina al margen del volumen y las construcciones existentes en distritos fundamentales como Córdoba, Santa Fe o la provincia de Buenos Aires.


De este modo, si la coyuntura económica es muchísimo más enmarañada y desafiante que lo añorado en la Casa Rosada, la política se presenta como un campo minado que, para peor, puede complicar el panorama económico de corto y mediano plazos. Porque a pesar de que el Gobierno está en condiciones de hacer una muy buena elección en octubre, como lo reconocen en privado y hasta en público la mayoría de los actores políticos más relevantes, de ninguna manera logrará el peso suficiente como para gobernar sin acuerdos en la segunda mitad del mandato. ¿Cuál es el plan? ¿Insistir con la dinámica actual si se logra el soñado tercio propio en diputados como para sostener los vetos y los DNU? De nada serviría: las reformas estructurales que necesita la Argentina y fueron parte del acuerdo con el FMI deben ser aprobadas por el Congreso. El problema, a lo Descartes, es el método.



El miércoles se advirtió que la dinámica de fragmentación que caracterizó el cierre de listas para estas elecciones contagió el (y se potencia en) el ecosistema parlamentario. El propio oficialismo fue víctima de la pandemia de escisiones y rupturas, que en algunos casos pueden vincularse con intereses personales o ideológicos, pero que en general se explican por el desgaste acumulado luego de meses de desplantes, agresiones, maltratos y peleas internas. Para peor, Coherencia, el nombre del minibloque creado por los integrantes de esta novel expresión del faccionalismo libertario, representa un desafío para el oficialismo: como ocurre con algunos prestigiosos economistas que alguna vez compartieron la visión del Presidente, como Carlos Rodríguez, se reproducen a un ritmo más que inquietante las voces críticas respecto de las praxis del Gobierno.


A esto se agregan las sospechas sobre casos de corrupción, fundamentalmente el caso $LIBRA (el diputado Oscar Agost Carreño regresó de EE.UU. con un diagnóstico más que preocupante respecto del futuro de esa causa), los contratos e influencias de Leonardo Scatturice (incluido el episodio de las valijas) y las denuncias que involucran a los hermanos Menem (agravadas por el audio atribuido a Diego Spagnuolo, el ahora desplazado director de la Agencia de Discapacidad, que menciona a la propia Karina) ¿Quedarán afectadas las chances electorales del oficialismo en los comicios del 26 de octubre?


A propósito de la Andis, ¿es cierto que las auditorías realizadas en relación con el otorgamiento de los CUD (certificados únicos de discapacidad) detectaron notables irregularidades, como beneficiarios que eran funcionarios públicos y que en sus redes sociales aparecían concurriendo a estadios de fútbol?


Existe un consenso, para algunos observadores algo curioso, de que el oficialismo debería estar en condiciones de lograr un apoyo del orden del 40% del electorado. Implicaría una mejora muy significativa respecto del resultado logrado por LLA en la primera vuelta de 2023 (algo menos del 30%), aunque una merma en relación con el balotaje (55,6%). Varios análisis sobre escenarios contingentes sugieren que para lograr el “número mágico” de bancas en la Cámara de Diputados como para alcanzar el umbral de 87 votos (necesario para sostener los vetos presidenciales y evitar el juicio político), el oficialismo necesitaría un poco más del 42% de los sufragios. No parece imposible, excepto que faltan más de dos meses y que el desgaste en la opinión pública de las últimas semanas fue muy marcado.


La también dividida (¿diluida?) oposición coopera para quitarle obstáculos al proyecto de acumulación de poder que pretende el Presidente y gestiona su hermana. Algunos actores políticos quisieron capitalizar los problemas con los que se va encontrando el Gobierno y se precipitaron a lanzar iniciativas aventuradas, considerando las dificultades tradicionales que en nuestro país tienen los armados electorales, aun en casos de fuerzas políticas estructuradas con liderazgos más o menos influyentes, como el peronismo. Ocurrió con la flamante liga de gobernadores, que aun en distritos icónicos (como Córdoba) enfrenta una competencia mayor que la esperada (Natalia de la Sota prefirió romper el acuerdo que por más de un cuarto de siglo asoció su apellido al de Schiaretti), aunque en otros, como Santa Fe, parece destinada a consolidar el liderazgo del gobernador Maximiliano Pullaro. Pero tanto en la provincia como en la ciudad de Buenos Aires, que en conjunto representan casi la mitad del electorado nacional, esta construcción política carecerá en principio de candidatos competitivos. ¿No habría sido más prudente esperar hasta marzo del año próximo para presentar esta fuerza sin el antecedente de un potencial mal paso en lo que, para bien o para mal, constituye el epicentro de la política nacional? Hubo algunos intentos de último momento de evitar que la fragmentación de la oferta de centro moderado se multiplicara, pero quedaron en la nada. Los errores de método son históricos y característicos del conjunto de la política nacional, no solo del actual oficialismo.


Por Sergio Berensztein

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