martes, 9 de diciembre de 2025

¿Lo que no pudo Macri, podrá hacerlo Milei?

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¿Lo que no pudo Macri, podrá hacerlo Milei?


La convergencia de ciclos que se cierran y ciclos que se abren le ofrecen al Presidente un contexto único, que no tuvo su antecesor; se trata de una oportunidad que tiene algo de histórica


9 de diciembre de 2025


LA NACION


Luciana Vázquez



Javier Milei y Mauricio Macri por Alfredo Sábat


Si Mauricio Macri no pudo, ¿por qué va a poder Javier Milei? Mañana se inicia puntualmente el segundo tramo del mandato de Milei. Una moneda está lanzada al aire desde que llegó al poder. Su cara y ceca: ¿podrá o no? La cuestión es si en 2026 logrará consolidarse el proyecto de país que Milei tiene en la cabeza. Puntualmente, la duda crucial gira en torno al punto más transversal del cambio cultural que se propone: la transformación de la matriz conceptual macroeconómica y su sostenibilidad.


La semana pasada, Pro mostró la cara del peor destino político posible: la licuación crítica de una identidad política que, el jueves, en la Legislatura bonaerense, alcanzó un punto culminante. El macrismo ya había cedido su identidad macroeconómica: la delegó por completo en la representación mileísta desde que Milei asumió la presidencia. Renunció a disputar poder y capacidad de representación a partir de la reconstrucción de su propuesta económica.



El objetivo compartido de racionalidad macroeconómica no agota la visión y la acción política: hay casilleros vacíos en la mirada económica del Gobierno en el corto y mediano plazo. Por ejemplo, la lógica de acumulación de reservas, el tipo de apertura económica, el rol del Estado en el desarrollo de infraestructura de todo tipo, la reconstrucción del modelo educativo y el sistema científico como variables clave de una matriz económica efectiva. Sin embargo, Pro se retiró de la partida antes de empezar el juego. “Es hora de acompañar” es la única respuesta disponible desde que Milei llegó al poder.


Ahora también se le escurre entre las manos su intangible institucionalista: el Pro bonaerense de Cristian Ritondo le dio los votos al entente de la Legislatura de Axel Kicillof para transformar manos alzadas en favor de la cuestionada deuda kicillofista en sillas en el directorio del Banco Provincia. Los votos de Pro acompañaron la modificación de la Carta Orgánica del Bapro: de ocho sillas se pasó a catorce. Había ocho directores; ahora hay nueve. No había directores asociados; ahora hay tres. Había cero síndicos; ahora hay dos. Hubo distribucionismo, pero esta vez de cargos: clientelismo del peor, si es que hay alguno más potable, autodirigido por y para la casta política.


Fue un caso de porno-política. Creación de cargos y gastos innecesarios para asegurar sueldos públicos a figuras clave de los armados políticos en la provincia de Buenos Aires. También, para contar con influencia política sobre el manejo de fondos en una de las instituciones con más recursos y más opacas de la política bonaerense. Todo a cambio de apoyar un endeudamiento discutible en por lo menos dos de sus componentes, la financiación del déficit kicillofista y el fondo para intendentes.



No es que el directorio del Bapro fuera un ejemplo de virtudes de administración pública antes del episodio de la semana pasada. Los ocho directores anteriores a la nueva Carta Orgánica se distribuyeron siempre en función de las cuotas de poder político en la Legislatura. Desde hace seis años, por ejemplo, el cuñado de Sergio Massa, Sebastián Galmarini, flamante diputado nacional, es uno de los beneficiados de ese sistema de poder: fue director del Bapro desde 2019. Otro caso Delfina Rossi, la hija de Agustín Rossi, que es directora en el Banco Ciudad, en CABA. Exautoridades del Bapro aseguran que también se evalúan las capacidades técnicas de los directores. Parece que la meritocracia siempre cae dentro de la familia política.


El radicalismo en distintas versiones también acompañó esa reforma: le tocaron dos directores. A Pro, otros dos. “No sumamos nuevos directores. Ya teníamos dos”: fue el argumento con el que María Eugenia Vidal intentó diferenciar a Pro, que no ganó nada con la reforma de la Carta Orgánica. Su problema es que convalidó una transacción. Para el institucionalismo macrista, el voto Bapro pesa una tonelada: mina su credibilidad como garante de la transparencia y de otra forma de hacer política. Su utopía del déficit cero perdió ímpetu y no alcanzó para continuar el proceso de cambio en 2019. Esa bandera la tomó Milei y redobló la apuesta. En La Plata, Pro arrió la bandera de la defensa de la institucionalidad y su batalla cultural en favor de un Estado necesario pero eficiente.


¿Destinos divergentes?

El recorrido del macrismo es un espejo inquietante para el mileísmo: cómo una fuerza política cocida al fuego lento de dos décadas de proyecto político claro y con éxitos contundentes pierde su oportunidad y se encamina, a la vista de todos, a una lógica de sobrevivencia. Permanecer a flote con lo que se pueda: el prosaísmo del toma y daca.


No sólo se vio en el affaire Banco Provincia. También en la alianza táctica con el radicalismo en Diputados para disputar la tercera minoría: no dio ni para lectura de un regreso adelgazado de un Juntos por el Cambio que quedó en el pasado. Por el momento, no queda mucho radicalismo en pie ni mucho Pro para generar esa expectativa. Fue apenas un acto reflejo en medio de un proceso de pérdida de identidad, pérdida de votantes, pérdida de liderazgos y pérdida de diputados. En la cancha legislativa de Diputados, el partido entre Pro y los libertarios va 95 a 12: gana Milei. Lo del interbloque con el radicalismo fue un manotazo de ahogado.


¿Milei superará a Macri? ¿Le irá mejor con la economía y reelegirá en 2027? En sus dos primeros años de presidencia, Macri no logró tanto en lo macroeconómico como Milei. Salvo que Milei se considere una evolución de la misma voluntad política macrista, pero con mejores resultados. Hay un argumento posible en ese sentido: el macrismo llevó la racionalidad macroeconómica a la escena política. La utopía del déficit cero, que recién alcanzó en 2019 a punto de irse del poder, fue parte de su diferenciación política. Algo de rol de pionero tuvo en ese camino.


Dentro del círculo más cercano al expresidente, esa interpretación se exagera. “Ahora que tenemos el mandato”: así sonaba una conclusión que se escuchaba en ese entorno después del triunfo de Milei, hecho en parte con votos macristas, y el acompañamiento legislativo incondicional de Pro en 2024. Para el líder de Pro, la presidencia de Milei era una oportunidad para volver al poder de modo sui generis. Macri quiso ver en el triunfo mileísta la culminación de su obra, antes que su fracaso. El problema: Milei no estuvo ni está dispuesto a atribuirle esa paternidad, que es dudosa.


Todavía falta para saber si Milei será continuidad antes que interregno. El triunfo del 26 de octubre dispara optimismo entre los libertarios, pero las victorias son hechos puntuales, acotados a su puro presente: no aseguran el éxito de lo que sigue ni la renovación del voto. Macri y la experiencia Cambiemos en el poder es prueba de eso: hubo triunfo electoral de 2017, pero quedó fuera del poder, hasta el presente de debilidad que tiene hoy.


Milei y su época

¿Le puede pasar lo mismo a Milei? ¿Qué hay de distinto en la oportunidad política de Milei en comparación con la oportunidad de Macri? La hipótesis más optimista coloca al envión libertario en una encrucijada única. Por un lado, en el frente argentino, Milei representa el encuentro de un liderazgo con su época. En 2023 se agotó todo: el kirchnerismo, el macrismo, los últimos cuarenta años de democracia y sus consensos y la fe en el rol fuerte del Estado. La experiencia de la pandemia también contribuyó a esa convergencia de finales. Un vaciamiento del escenario político del que no disfrutó Macri cuando fue presidente. La salida post 2020 alimentó la necesidad existencial de reseteos, sobre todo después de una sobrepresencia del Estado kirchnerista tan ineficiente como arbitraria. Milei es la flecha de 2001 que da finalmente en el blanco. En política, todo vacío tiende a llenarse.


Macri no tuvo esa suerte. En 2015, el kirchnerismo se encaminó a una derrota pero sin la percepción de crisis que se instaló en 2023. El sentido común de los años kirchneristas todavía no estaba agotado ni en lo económico ni en el plano de las batallas culturales: el famoso feminismo autopercibido de Alberto Fernández era una movida política aceptable para cierta parte del electorado. Y un detalle concreto: la líder política del kirchnerismo, Cristina Kirchner, mantenía sólido su poder político. En aquel diciembre de 2015 fue capaz de generar un hecho político aun en su retirada del poder: la decisión de no participar del traspaso del poder es un hecho histórico de la asunción de Macri. Una muestra del poder, al menos de obstrucción, que todavía conservaba Cristina Kirchner. Hoy, con la expresidenta condenada y aislada en su prisión domiciliaria, Milei enfrenta un kirchnerismo completamente desarticulado.


En el frente externo, Milei también se topa de frente con su época en el encuentro entre una necesidad político-económica de la Argentina y una necesidad geopolítica de Donald Trump y Estados Unidos. Con el freno al soft power de China en América Latina y el regreso decidido a la Doctrina Monroe, de intervención en América Latina ante lo que considere riesgo geopolítico, que impulsa abiertamente la administración Trump, la suerte geopolítica cae del lado de Milei.


No hay garantías, por supuesto. Pero la convergencia de ciclos que se cierran y ciclos que se abren le ofrecen a Milei un contexto único, que no tuvo Macri. Una oportunidad con algo de histórica. ¿Podrá? Hay que esperar que llegue el futuro.


Por Luciana Vázquez

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