El editorial de Jorge Fontevecchia
Día 750: La suerte del león
Milei redobla y, cuando gana, recupera lo perdido y gana un poco más. Sin embargo, el problema es que la martingala ignora dos límites muy concretos del mundo real: el capital del jugador y los límites de apuesta.
Diario Perfil
Nicolás Maquiavelo, padre de las ciencias políticas, dijo que el príncipe necesita de voluntad y suerte para gobernar. Javier Milei tiene las dos, pero si lo decisivo de 2024 fue la voluntad, el elemento central de 2025 fue la suerte, aunque, en honor a los hechos, podríamos llamarla “good luck”, porque esta fortuna viene emanada fundamentalmente desde los Estados Unidos.
Vamos a hacer primero un breve registro de lo que todos sabemos como prólogo de nuestra columna, que se concentra en explicar el papel de la suerte. A partir del subtítulo “La fortuna”, explicaremos la suerte de Milei.
El 20 de enero, Donald Trump llega por segunda vez a la Casa Blanca a pesar de estar condenado por un delito sexual y tener varios juicios políticos iniciados en su contra, algunos de los cuales lo señalan como instigador de un intento de golpe de Estado, el mismo cargo que dejó fuera de juego al expresidente brasileño Jair Bolsonaro.
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En abril de este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI), a instancias del propio Trump, le otorgó 20 mil millones de dólares más de préstamo al gobierno de Milei para que refuerce las reservas del Banco Central y avance con la salida del cepo hacia el esquema actual de bandas. Esto le dio varios meses de estabilidad cambiaria y permitió continuar con la baja de la inflación.
El Gobierno venía de un ruido que se había generado por el discurso que el Presidente dio en Davos, en el que relacionó al feminismo, la homosexualidad y la pedofilia. En febrero de este año fue la llamada “Marcha Antifascista”, que tuvo repercusión mundial.
Ese mismo mes, el Gobierno fue arrinconado por el caso $LIBRA, la difusión de una criptomoneda cuyo negocio ya estaba asegurado para sus creadores, y la participación del Presidente en su promoción creó un precio artificial que significó una estafa para miles de inversores. Las últimas investigaciones señalan importantes vínculos entre los organizadores de la criptoestafa y los hermanos Milei. Es decir, el Gobierno, acorralado por un movimiento masivo en la calle y un escándalo de corrupción, recibió 20 mil millones de dólares para salir del cepo y estabilizar la economía.
Meses después le siguieron las marchas de los jubilados, de la discapacidad y de las universidades. Gradualmente, los miércoles se establecieron como día de protesta semanal en todo el país. Estas causas articularon una oposición que impulsó leyes que generaron fuertes derrotas legislativas del oficialismo. Esto hizo que los bonistas y fondos de inversión privados empezaran a sospechar sobre la capacidad política de Milei para sostenerse y garantizar los pagos de los instrumentos de deuda argentinos. Sencillamente, comenzaron a cambiar sus bonos por dólares. El dólar empezó a subir y rompió el techo de la banda.
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Paralelamente, sucedieron otros dos escándalos de corrupción. Uno apunta directamente a su hermana, con la sospecha de cobro de coimas en la compra de medicamentos para personas con discapacidad. El otro vincula al principal candidato para las elecciones nacionales, José Luis Espert, con dinero del narcotráfico.
Además, el Gobierno venía de perder casi todas las elecciones provinciales y de sufrir, particularmente, una dura derrota en suelo bonaerense. En esos días, periodistas de renombre como Joaquín Morales Solá admitían que, entre los entretelones de la política, se hablaba de Asamblea Legislativa y de la posibilidad de un gobierno de transición.
A dos semanas de la elección, cuando la Justicia le negó el cambio de la boleta y el Gobierno debía ir a las urnas con la cara de un candidato sospechado de vínculos con el narcotráfico, el titular del Tesoro, Scott Bessent, y el propio Trump anunciaron el préstamo de 20 mil millones de dólares más directamente desde el Tesoro de los Estados Unidos. Este dinero frenó la corrida, hizo bajar el dólar y estabilizó la situación.
Además, Trump planteó que el préstamo solo se haría efectivo si Milei ganaba las elecciones. Esta intervención llenó de miedo a buena parte de la sociedad, que entendió, de manera correcta, que si Milei perdía se vendría un desastre económico, y el Gobierno dio vuelta una situación que parecía catastrófica.
Lo que vino después fue la aprobación del Presupuesto, a pesar de haber querido meter por la ventana el artículo que derogaba las leyes de Financiamiento Universitario y Discapacidad, lo que terminó generando el efecto dominó de postergar la discusión de la reforma laboral en el Senado y provocar el llamado a un paro general.
Defensores del Gobierno podrían decir que eso no es suerte, que respaldaron a Trump antes de que fuese electo y leyeron bien el cambio de viento político del mundo. Que el alineamiento geopolítico total con Estados Unidos en los organismos internacionales fue clave y que, incluso, echaron a Diana Mondino por mantener, junto a la comunidad internacional, el voto clásico argentino contra el embargo comercial a Cuba, en contra de Estados Unidos e Israel.
Sin embargo, esos vientos políticos de extrema derecha se combinaron de tal manera que sirvieron perfectamente a los intereses de Milei. Es decir, Trump ganó en Estados Unidos, pero durante todos estos meses de mandato del republicano, Milei fue su único aliado en Latinoamérica.
Milei tuvo tanta suerte que el triunfo de Gustavo Petro en Colombia, de Gabriel Boric en Chile, de Lula da Silva en Brasil y de Luis Arce en Bolivia terminaron beneficiándolo. Estados Unidos, preocupado por el avance de China, necesitaba un aliado en Sudamérica, particularmente en el triángulo del litio, el mineral del futuro, necesario para los autos eléctricos y la transición energética.
Con los triunfos de Rodrigo Paz en Bolivia y José Antonio Kast en Chile, la situación cambia y Milei estará en otro escenario. Veremos cómo se configura e, inclusive, el propio Trump podría perder las elecciones de medio término de este año que comienza y pasar a ser lo que se denomina en política un “pato rengo”.
La fortuna
Decíamos que Maquiavelo habla de voluntad y fortuna como dos elementos necesarios para gobernar. Si bien este fue el año de la fortuna, Milei se sigue caracterizando por tener una fuerte voluntad, es decir, una intrépida determinación. Esto recuerda a la frase en latín “fortes fortuna adiuvat”, que significa “la fortuna ayuda a los valientes”. Es decir, la diosa romana de la suerte, llamada Fortuna, es benévola con los intrépidos.
La suerte aparece para los que se arriesgan, no porque haya necesariamente una correspondencia entre arriesgarse y tener suerte, sino porque no puede haber fortuna en quien no apuesta. En ese sentido, este gobierno vive en una suerte de martingala sistemática.
La martingala es una estrategia clásica de apuestas que parte de una idea tan simple como peligrosa: doblar la apuesta cada vez que se pierde, con la promesa de que cuando finalmente se gana se recupera todo lo perdido más una ganancia equivalente a la apuesta inicial.
Funciona así, en su versión básica: un jugador apuesta una cantidad fija, por ejemplo 1; si pierde, en la siguiente ronda apuesta 2; si vuelve a perder, apuesta 4; luego 8, 16, 32, y así sucesivamente. Cuando gana una sola vez, recupera todas las pérdidas previas y, muchas veces, genera importantes ganancias.
Cada vez que el Gobierno tuvo derrotas, apeló a una narrativa que vinculaba a la oposición con una conspiración que intentaba derribarlo, vinculando incluso a naciones extranjeras. Reforzaba su vínculo con Estados Unidos, votando incluso en casi soledad junto a ese país e Israel en las Naciones Unidas, y viajando a encontrarse con Trump o Elon Musk por solo unos minutos.
Milei redobla y, cuando gana, recupera lo perdido y gana un poco más. Sin embargo, el problema es que la martingala ignora dos límites muy concretos del mundo real: el capital del jugador y los límites de apuesta. Una racha larga de pérdidas hace que las apuestas crezcan de manera exponencial y rápidamente se vuelvan impagables. En pocas rondas, el monto necesario puede superar cualquier presupuesto razonable.
Esta lógica de doble o nada permanente encontró su límite en la última discusión del Presupuesto, en la que Milei amenazó con vetar su propia ley por no haber sido aceptado el capítulo 11, luego de haber querido incluir el artículo 75 que derogaba las leyes de Universidades y Discapacidad. Evidentemente, entró en razón y no pudo tensar su relación con el FMI y Washington, que le plantearon que debía apuntar a garantizar mayorías parlamentarias. Milei tiene suerte y voluntad, pero justamente no quiere espantar a la gallina de los huevos de oro.
No nos gusta pensar en la suerte. El azar, por definición, es algo incontrolable, arbitrario y amoral. Es decir, la suerte no beneficia a las buenas personas ni a las malas: simplemente ayuda a unos y perjudica a otros sin importar si son justos o pecadores, santos o delincuentes.
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La película “Match Point”, de Woody Allen, que trata justamente del papel de la suerte en el curso de los acontecimientos, toma su metáfora fundacional del tenis: la pelota que toca la red y puede caer de un lado o del otro. Ese instante mínimo, puramente azaroso, define victoria o derrota. Allen traslada esa lógica al plano social y moral. El protagonista, Chris Wilton, no triunfa por ser especialmente talentoso ni virtuoso, sino porque una serie de contingencias, como encuentros fortuitos, silencios oportunos y casualidades materiales, juegan a su favor. Cuando la suerte lo acompaña, incluso el crimen puede quedar impune.
En ese sentido, “Match Point” desmonta la narrativa meritocrática. Chris se integra a la élite británica no por esfuerzo heroico, sino por saber adaptarse, imitar códigos y, sobre todo, por estar en el lugar correcto en el momento justo. La película sugiere que el éxito social suele leerse retrospectivamente como consecuencia de cualidades personales, cuando en realidad es el resultado de una cadena de azares bien resueltos.
El otro eje temático es la indiferencia moral del mundo. No hay castigo trascendente ni justicia poética. A diferencia de las tragedias clásicas, el crimen no conduce necesariamente a la caída del protagonista. El orden social no se restablece: simplemente continúa. La culpa existe, pero no como fuerza reparadora, sino como ruido interno que puede ser silenciado si las circunstancias lo permiten.
Finalmente, “Match Point" plantea una tesis profundamente cínica, y por eso tan eficaz: preferimos creer en el talento y el esfuerzo porque aceptar la centralidad de la suerte sería admitir que el orden social es arbitrario. La película no ofrece consuelo ni redención. Solo muestra, con una frialdad casi clínica, que a veces la pelota cae del lado correcto y todo lo demás se acomoda después.
El ahora caído en desgracia Espert tuvo una frase brillante durante el kirchnerismo, particularmente en 2013, cuando dijo que ese gobierno se sostenía por “soja y suerte”, en el sentido de importantes precios internacionales de esa materia prima y condiciones políticas favorables.
Sin embargo, muchas veces la suerte está compuesta de hechos que son terribles en un sentido y favorables en otro. Hay dirigentes peronistas que consideran que la temprana muerte de Néstor Kirchner generó un vacío de liderazgo que terminó sentenciando al propio kirchnerismo. Sin embargo, es cierto que la viudez de Cristina Kirchner jugó un papel en su imagen, muy golpeada por la derrota en las elecciones de 2009, tras la crisis con el campo.
Mauricio Macri contó cómo, gracias a escuchar a su mesa chica, no decidió presentarse en 2011, por este elemento de terrible desgracia en un sentido y de suerte favorable en otro. “Estaba enardecido del enojo que tenia por las cosas que me hacía en el kirchnerismo en la Ciudad de Buenos Aires. Se suponía, según nuestro consultor, que ganaba las elecciones en 2011. Él dijo: “Brindemos porque voy a ser amigo de un presidente de Argentina, salvo que Cristina enviude, porque una viuda es invatible. Y fue tal cual”, relató el expresidente.
Obviamente, estamos analizando el hecho sin el costado personal de la lamentable muerte prematura de una persona. Sin embargo, los números son claros: según el relato de Macri y del experto en encuestas que trabajaba con el PRO, el efecto de que Cristina enviudara fue decisivo en su performance electoral. Por otro lado, probablemente muchos dirigentes peronistas tengan razón y la falta de su liderazgo también haya comprometido, para peor, el destino del propio kirchnerismo.
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Desde la economía y la sociología, el debate sobre la suerte aparece con particular fuerza como una impugnación directa a las teorías meritocráticas, esas que suponen que las posiciones sociales reflejan, en líneas generales, el esfuerzo, el talento o las decisiones individuales. Esta crítica parte de una premisa incómoda: incluso aquello que solemos considerar “propio”, como las capacidades personales, la inteligencia, la disciplina, la vocación, está atravesado por factores que no elegimos y que, por lo tanto, no pueden funcionar como fundamento moral del éxito o del fracaso.
John Rawls formuló este argumento de manera decisiva al señalar que los talentos naturales son moralmente arbitrarios. Nadie elige el cuerpo con el que nace, la familia en la que se cría ni el entorno que estimula o inhibe determinadas habilidades. Si esas dotaciones iniciales son producto del azar, entonces resulta injustificable que el orden social recompense de manera ilimitada a quienes tuvieron la fortuna de poseerlas. Para Rawls, una sociedad justa no debe organizarse como una carrera donde gana el más dotado, sino como un sistema que compense esas desigualdades de origen.
La sociología retomó y radicalizó este planteo. Pierre Bourdieu mostró que lo que suele interpretarse como talento individual es, en muchos casos, la traducción de un capital cultural heredado: formas de hablar, de moverse, de interpretar el mundo que coinciden con las expectativas de las instituciones educativas y laborales. El éxito, entonces, no surge de un mérito puro, sino del ajuste entre disposiciones incorporadas y estructuras que las valoran. La suerte de haber nacido en el “mundo correcto” se presenta luego como virtud personal.
Desde la economía, esta crítica se proyecta sobre la idea de igualdad de oportunidades. Incluso en contextos donde las reglas formales son iguales para todos, las trayectorias están condicionadas por acumulaciones previas de ventajas y desventajas. La meritocracia tiende a ignorar estas asimetrías y a leer los resultados como si fueran el reflejo natural del esfuerzo, cuando en realidad son el producto de una distribución inicial profundamente desigual.
En conjunto, estas perspectivas convergen en una misma conclusión: el mérito funciona más como relato legitimador que como explicación real del orden social. Reconocer el papel de la suerte no implica negar la agencia individual, sino admitir que las biografías se construyen sobre una base azarosa que ninguna ética del esfuerzo puede borrar.
Es decir, un hecho que en un momento puede ser buena suerte, en otro puede significar una condena. El león tiene suerte de haber nacido león cuando persigue a una cebra y de gozar de las bondades de ser el rey de la selva. Toda esa fortuna se termina en los safaris, cuando cientos de cazadores están detrás de su pellejo.
Probablemente, Milei también esté disfrutando ahora de hechos como el triunfo de Trump y su total alineamiento que, en circunstancias distintas, lo dejarían totalmente aislado. ¿Qué pasaría si Trump perdiera las elecciones de medio término o si tuviera que ayudar económicamente a otros aliados de la región y Milei se quedara sin apoyo externo en medio de otro arrinconamiento de la oposición? Se verá en el futuro.
Para los analistas políticos y las personas en general cuesta aceptar el lugar que la suerte ocupa en nuestras vidas. Da vértigo suponer que un gran porcentaje de nuestro bienestar y seguridad están sostenidos en una cantidad de pequeños hechos que podrían salir mal. Sin embargo, esto es algo que no podemos controlar y solo está en nuestras manos el otro porcentaje: el de la voluntad. Hacer nuestro máximo esfuerzo y esperar que la suerte acompañe.

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