domingo, 17 de agosto de 2025

"EL LOCO CHAVEZ TOMO 1" (¡¡¡144 PAGINAS!!!)

sábado, 16 de agosto de 2025

¡Mirá cómo La Libertad Avanza, con Karina Milei y Santiago Caputo a la cabeza, se comió al sello del PRO!































Panorama Político Nacional 

El escenario

¡Mirá cómo La Libertad Avanza, con Karina Milei y Santiago Caputo a la cabeza, se comió al sello del PRO!



Jorge Macri, Mauricio Macri, Karina Milei y Santiago Caputo. (Dibujo: NOVA)

En cuestión de semanas, lo que comenzó como una negociación táctica para armar listas se convirtió en una operación de absorción política: La Libertad Avanza (LLA), bajo la dirección política de Karina Milei y con el asesoramiento operativo de Santiago Caputo, logró integrar al PRO en sus mesas de campaña y dejar al histórico sello amarillo en una posición subordinada dentro del armado bonaerense y nacional.

Esa transición (entre fotos públicas, acuerdos en off y reacomodos internos) reconfigura el mapa electoral y la identidad del macrismo en esta etapa del calendario electoral.

El gesto más gráfico de ese proceso fue una foto y reuniones que mostraron a dirigentes de PRO (como Cristian Ritondo y Diego Santilli) compartiendo escenario y estrategias con referentes de LLA, un signo público de que el espacio amarillo cedía espacio al esquema diseñado por los libertarios.

Para muchos analistas, la imagen fue la confirmación de una integración más profunda que una simple alianza electoral.

Detrás de la escena pública, Karina Milei fue la articuladora clave. Como secretaria general de la Presidencia y referente del partido, asumió la conducción del armado bonaerense y presidió reuniones de campaña en las que se definieron candidaturas y estrategias, marcando la pauta y dejando a PRO en un rol de interlocutor más que de socio con peso decisorio propio.

Ese liderazgo desató roces internos entre los equipos técnicos y dejó a varias figuras tradicionales del libertarismo tactical (cercanas a Caputo) fuera de las decisiones centrales.

Santiago Caputo, por su parte, no desapareció: su afiliación formal a LLA y su perfil de estratega lo mantienen en el núcleo del gobierno y del armado. Sin embargo, la pulseada por el control del sello y las listas lo ubicó en una posición ambivalente: sigue siendo operador influyente, pero con menos poder para imponer candidatos propios frente a la centralización que impuso Karina y su equipo.

Esa tensión entre centralismo y operador técnico explica buena parte de la recomposición del poder dentro del oficialismo. ([infobae][5])

Para PRO la pérdida de protagonismo (o su metamorfosis en una “marca” aliada bajo reglas diseñadas por LLA) tiene efectos prácticos y simbólicos. En lo práctico, sus cuadros y estructuras aportan votos y territorialidad; en lo simbólico, su identidad liberal-conservadora se diluye cuando las decisiones y el relato de campaña quedan subordinados a la hoja de ruta libertaria.

Varios referentes macristas aceptaron el acuerdo por conveniencia electoral, pero la pregunta abierta es cuánto le queda al sello amarillo antes de que sus candidatos y banderas terminen fusionados con la narrativa del Gobierno.

¿Qué cambió en la campaña y en el tablero político? LLA ganó músculo territorial y legitimidad operativa al sumar la estructura del PRO; PRO, a cambio, ganó presencia en listas competitivas pero perdió capacidad de veto y autonomía.

El resultado es un oficialismo más compacto para enfrentar las legislativas, pero también un macrismo en proceso de reprofileo que deberá decidir si recupera su marca o acepta un rol subordinado en un frente dominado por los Milei.

En definitiva, la “comida” del sello PRO por parte de LLA no fue un devoramiento instantáneo sino un proceso: negociaciones, gestos públicos, acuerdos tácticos y una centralización del poder alrededor de Karina Milei (con Caputo operando desde la mesa pero perdiendo capacidad de definir los contornos finales) llevaron a un reordenamiento que promete marcar la campaña de 2025 y la identidad futura del espacio opositor al peronismo.

Las próximas semanas mostrarán si ese reordenamiento se traduce en votos o si, por el contrario, deja a PRO con una marca que deberá reinventarse.

La casta contraataca





















OPINIóN


La casta contraataca


El Congreso y los gobernadores condicionan al Presidente y sus políticas de déficit cero. La tentación del veto permanente. ¿Milei tiene alternativa?


James Neilson para Revista Noticias


Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).




Maldita cúpula mono | Foto:Pablo Temes



Puesto que durante más de un año Javier Milei se divertía suministrando un sinfín de motivos para odiarlo a quienes no militaban a su lado, fue de prever que llegaría el día en que los disconformes con su gestión reunirían esfuerzos por recordarle que, por presidencialista que sea el orden político nacional, no es un dictador y por lo tanto tiene que respetar ciertas reglas. Es lo que la mayoría de los legisladores hizo hace poco más de una semana al votar a favor de medidas que son incompatibles con el equilibrio fiscal que posibilitó la caída abrupta de la tasa de inflación y dio al libertario un capital político lo bastante grande como para permitirle soñar con un período prolongado de hegemonía en que haría de la Argentina una potencia mundial. Ya que el país está en plena temporada electoral, todos los políticos se sienten forzados a llamar la atención a su solidaridad con quienes menos tienen.


Con todo, puede entenderse la indignación que se apoderó de Milei, que creía que le sería dado basurear con impunidad a los diputados que en su opinión son parásitos que se han habituado a vivir a costillas del resto del país, cuando optaron por pasar por alto la antipática realidad económica que ha intentado sacralizar. ¿Lo hicieron porque suponían que suavizar el ajuste no tendría consecuencias negativas, porque habían llegado a la conclusión de que Milei es un sujeto tan peligroso que hay que frenarlo aun cuando hacerlo signifique regresar a la época de los planes platita con la hiperinflación al acecho, o porque sólo pensaban en darle un rapapolvo para que aprendiera a tratarlos un poco mejor?   




De las respuestas a tales preguntas dependerá el futuro de la Argentina. Puede que sea factible redistribuir de manera más equitativa los costos del ajuste feroz que Milei puso en marcha, pero no es necesario ser un economista ultraliberal para entender que abandonarlo a esta altura y ponerse a gastar plata fabricada por la maquinita sería un error trágico. Aunque cuesta creer que, con la eventual excepción de Cristina Kirchner y sus adherentes más fanatizados, haya muchos políticos que preferirían que el país se hundiera a permitir que el gobierno actual se mantuviera en el poder por mucho tiempo más, ello no quiere decir que los demás sean incapaces de obrar así.


Después de todo, siempre ha habido políticos y otros íntimamente convencidos de que la matemática es anti-argentina y que por lo tanto es lícito desafiarla por lo que suelen calificar de razones morales. Tales personajes no podrán sino sentirse tentados a reincidir en el facilismo tradicional. Entre los así propensos se encuentran los jerarcas de la Iglesia Católica, todos enemigos jurados de los malditos números, que hace poco sumaron sus voces al coro opositor afirmando que “la política no debe someterse a la economía ni ésta a la tecnocracia”, palabras que sin duda reconfortaron a los hartos de llevar el chaleco de fuerza conceptual que les impuso el gobierno libertario y buscan excusas para asumir posturas más flexibles y, como dirían, más humanas.


Milei apuesta a que la mayoría termine reconociendo que, sin un grado insólito de disciplina fiscal, no habrá forma de impedir que la Argentina degenere en una gigantesca villa miseria, de ahí la defensa categórica que hizo por cadena nacional de su voluntad de vetar cualquier proyecto de ley que la amenazara. Si bien en aquella oportunidad se abstuvo de emplear los insultos groseros que hasta hace muy poco usaba para atacar a sus adversarios e incluso a aliados vacilantes, acusó a los legisladores que apoyaron las iniciativas que no le gustaban de ser saboteadores que querían causar “un genocidio”.


Exageraba, desde luego, ya que hay una diferencia muy grande entre la depauperación masiva y la liquidación física de millones de personas pertenecientes a una etnia determinada, pero sucede que Milei se ve como el representante terrenal de la dura realidad económica, mientras que en su opinión sus críticos son fantasiosos sensibleros, herederos de aquellos que, a través de los años, con una mezcla perversa de debilidad mental, egoísmo rampante y miopía, se las arreglaron para arruinar a uno de los países más promisorios del planeta.


A Milei le encantaría prohibir por ley la irresponsabilidad fiscal, multando o, tal vez, encarcelando a aquellos legisladores o funcionarios que no cumplan reglas que a su entender han de ser inviolables. No se trata de una propuesta sería. Aunque sería positivo que el electorado se acostumbrara a castigar con severidad a los políticos que formulen promesas que a primera vista parecen atractivas pero que andando el tiempo sólo servirían para agravar la situación de los más vulnerables, comenzando con los jubilados, en ninguna democracia rigen leyes destinadas a obligar a los políticos a distinguir entre lo presuntamente deseable en el corto plazo y lo positivo en el largo.   


De todos modos, una cosa es la actitud asumida por Milei frente al desastre económico que ha protagonizado el país y otra muy distinta es la excentricidad extrema que lo caracteriza. Aunque repudiar su conducta y considerar ridículas sus creencias no tiene que significar sentir entusiasmo alguno por la irracionalidad económica, en la Argentina actual no es nada sencillo distinguir entre las dos vertientes de un presidente que ha sabido combinar el realismo financiero con el esoterismo religioso y un grado extraordinario de agresividad verbal.


Es por tal razón que su manera extravagante de comportarse pone en riesgo no sólo su propio proyecto político, que consiste en remplazar el peronismo por su versión muy particular del credo libertario para que en adelante sea “el sentido común de los argentinos”, sino también la recuperación económica del país. Parecería que Milei mismo se ha dado cuenta de que el estilo barriobajero que había hecho suyo estaba socavando el programa macroeconómico que, para aplauso de muchos tanto aquí como en el exterior y perplejidad dolorida de otros ha emprendido, de ahí el compromiso público a dejar de usar insultos soeces, a menudo con sobreentendidos sexuales, para mortificar a su críticos.


Mal que al presidente le pese, la política importa. Por mucho que quisiera que la ciudadanía comprara sin examinarlo un paquete que, además de contener un compromiso elogiable con el rigor fiscal, incluye una multitud de extras nada recomendables, para que su proyecto prospere tendrá que moderar su discurso y mostrarse dispuesto a debatir de manera civilizada con quienes no comparten todas sus ideas. Si bien los seguidores de Milei en las redes le han persuadido que fue en buena medida gracias a sus excesos retóricos que logró derrotar a “la casta” política en 2023 y que le sería suicida procurar conciliarse con el grueso de sus integrantes, aquella rebelión parlamentaria contra ciertos aspectos del ajuste le habrá enseñado que le convendría reconocer que la Argentina sigue siendo una democracia en que el poder presidencial tiene sus límites.


Lo mismo que Mauricio Macri en su momento, Milei ha hecho del kirchnerismo el enemigo a batir. ¿Fue un error estratégico? Es probable. En todos los sistemas políticos, figurar como la fuerza opositora principal en una etapa muy difícil es un papel deseable y no cabe duda de que el kirchnerismo se ha visto beneficiado por la decisión oficialista de ubicarlo en dicho rol. Asimismo, proclamar al mundo que la Argentina se ve obligada a elegir entre un movimiento novedoso que está en vías de construcción y el regreso de uno ya consolidado que es célebre por haberse entregado a la corrupción a escala industrial, al “capitalismo de los amigos” y al inflacionismo, hace comprensible que el índice de riesgo país se haya mantenido en un nivel muy alto. Es en buena medida culpa de Milei que, a juicio de “los mercados”, la Argentina podría recaer en el kirchnerismo para transformarse en una versión sureña de la Venezuela chavista.


También ha incidido en la imagen internacional del país la benevolencia llamativa del régimen de detención domiciliaria que está disfrutando la expresidente Cristina. Para inquietud de muchos, sigue actuando como la jefa más influyente de la facción política que, según el gobierno, encabeza la oposición a las reformas que está tratando de llevar a cabo. Puede que a la doctora aún le esté prohibido participar plenamente de las campañas electorales que están por entrar en sus fases decisivas y que le moleste muchísimo aquella tobillera electrónica que simboliza su condición de convicta, pero tales inconvenientes aparte, Cristina no tiene demasiados motivos como para quejarse.


En todas partes, es normal que quienes no están en el poder aprovechen las oportunidades que les brinde el gobierno para criticarlo. Pocos días transcurren sin que Milei les entregue una nueva. Si bien las polémicas que desata sirven para mantenerlo en el centro del escenario, también lo expone al riesgo de que, si la fortuna deja de sonreírle, hasta los que aprueban “el rumbo” que ha fijado para la economía y aceptan, aun cuando haya sido con resignación, todas los medidas que ha tomado para hacer retroceder la inflación, juzguen que sería mejor para el país que cediera lugar a un dirigente de ideas parecidas pero que tenga una personalidad pública mucho menos complicada. 

Cómo ganarle a un león o unirse a su manada











LA NACION > Ideas 


Cómo ganarle a un león o unirse a su manada


16 de agosto de 2025


PARA LA NACION 


Sergio Suppo








Un viejo imperio venido a menos, una cooperativa recién constituida, algún que otro cuentapropista, todos conocidos entre sí. Del otro lado, una mesa chica con una lapicera que escribe por delegación, en general todos nuevos y unos cuantos experimentados que ya pasaron por la misma situación en nombre de otros colores y banderas que prefieren olvidar.


El cierre de listas de candidatos de mañana repite escenas que parecen iguales pero son apenas parecidas al pasado reciente. El ritual de presiones, roscas, acuerdos y portazos incluye este año la novedad de un nuevo jefe y varios ejércitos adversarios y opuestos entre sí que, sin tiempo para organizarse, están obligados a darle a Javier Milei tantas batallas territoriales como provincias tiene la Argentina. O elegir subordinarse a su mando, usar campera violeta e integrarse a su manada.



Milei no tenía nada hace tres años y ahora parece tener todo. Como se sube, se baja, el dilema es saber en cuánto tiempo y en qué circunstancias


Ambas decisiones giran en torno a la misma persona, el Presidente, y refieren a la forma en la que el viejo sistema político decide relacionarse con él para sobrevivir y reconvertirse.


El escenario imperial que le imaginaron a Milei se adelanta a la producción de dibujos generados por inteligencia artificial; el león tiene enemigos o nuevos amigos más pequeños. No se sabe si esos adversarios podrán dañar las expectativas del jefe libertario. El poder y el desequilibrio que implica está siempre a merced de los cambios.


Milei no tenía nada hace tres años y ahora parece tener todo. Como se sube, se baja, el dilema es saber en cuánto tiempo y en qué circunstancias.



El libertario irá a pelear contra todos con la idea de que puede meterlos en la misma bolsa, como en 2023, cuando incluyó desde Cristina hasta el macrismo en la palabra casta. El arma que usará es conocida, no es secreto que pasará a cobrar en votos el proyecto aún no completado de bajar la inflación.


La experiencia de defender su gobierno es nueva para Milei y también es nueva esta realidad para sus adversarios


El proceso de reducción del costo de vida estará todavía lejos de haber finalizado cuando se conozca el resultado del 26 de octubre. Milei deberá en esta campaña apelar al viejo truco de las castas de todos los tiempos y se verá obligado a compensar con la siembra de expectativas. Podrá mostrar el duro camino recorrido y sus primeros resultados. De eso mismo, pero con un discurso inverso, tratará de valerse la oposición para retener votos.


Se enfrentarán versiones diferentes de la misma realidad. La experiencia de defender su gobierno es nueva para Milei. También es nueva esta realidad para sus adversarios.


Cristina Kirchner ya no dirige en soledad al peronismo. Está presa de sus errores y del cansancio de repetir soluciones que ya fracasaron. Y está presa, condenada por delitos que se hace da vez más difícil negar hasta por sus propios incondicionales. Tiene una competencia interna que ya no oculta que quiere reemplazarla, el gobernador Axel Kicillof. Ni ella ni su nuevo adversario pueden hablar en nombre de todo el peronismo. Las listas de la provincia de Buenos Aires fueron negociadas entre ambos más Sergio Massa, pero en otros distritos no hubo consultas a Cristina, sino decisiones notificadas posteriormente.


Cada uno hizo lo que pudo para enfrentar a Milei. Cristina y Kicillof se vieron forzados a mantenerse juntos y ocultar su enfrentamiento con un discurso cerrilmente contrario al gobierno libertario. No fue fácil llegar a ese no lugar en el que la expresidenta vio, desde San José 1111, que su hijo era cuestionado como posible candidato.


El juego de conservar o cambiar puede ser una trampa que valide las intenciones del más nuevo, en este caso Milei


Si de algo quedó notificada es de que en la mala ella no puede delegar poder en Máximo. En la buena, Milei sí puede delegar en su hermana Karina el armado de las listas. Es la misma cultura familiera (nepotismo, en términos clásicos) de la política argentina; solo cambian las circunstancias.


El riesgo cierto de perder contra Milei provocó que varios gobernadores peronistas reunieran los pedazos sueltos de su partido para mantener la apariencia de blindaje ante amenazas externas. Es lo que ocurrió en Tucumán y en Catamarca, por ejemplo.


En esos lugares donde siempre Cristina definía listas con los caciques locales, la decisión se tomó en forma autónoma. Ganen o pierdan, Gildo Insfrán, Osvaldo Jaldo o Ricardo Quintela no le deberán ni tendrán que cobrarle nada a una conducción central que está en crisis y que tardará en rearmarse.


También hay una situación distinta en distritos en los que se construyó una cooperativa, Provincias Unidas, entre diferentes que quieren ser parecidos a fuerza de armar un nuevo espacio entre el populismo kirchnerista y los libertarios.


El experimento empieza por un nombre en común, pero tendrá un discurso personalizado para cada una de las seis provincias, según se trate del peronismo cordobés, de la alianza que comanda un radical en Santa Fe o de la proyección del mandatario chubutense fuera de los límites del PRO, un partido desarticulado en los acuerdos del cierre de listas.


El futuro empezará después de esta campaña electoral. Los defensores de gobiernos locales tendrán que hacer un gran esfuerzo para no quedar atados a un discurso viejo, de defensa de lo que tienen, y frenar el avance de un presidente que promete cambiarlo todo sin medir las consecuencias.


El juego de conservar o cambiar puede ser una trampa que valide las intenciones del más nuevo, en este caso Milei, en especial cuando una situación de hartazgo social construyó una mutación tan severa como la irrupción libertaria.


Una parte del radicalismo de los gobernadores sigue en ese lugar, pero otra parte se alió sin problemas con Milei, tal el caso de Mendoza y Chaco. Ensayos similares terminaron haciendo estallar viejas estructuras centenarias como la UCR de Córdoba, cuya conducción se fue en busca de un pacto con los libertarios y dejó el sello del partido para una minoría que se opone al acuerdo.


La reconstrucción del sistema político implica también decisiones autodestructivas, volteretas y arrepentimientos. La condición de pertenencia absoluta que exige Milei es prometida por los recién llegados con la misma convicción con la antes juraron amor eterno a los partidos de los que se van. La política siempre será un juego de conveniencias y circunstancias.


Por Sergio Suppo