sábado, 13 de diciembre de 2025

La centralidad de Milei: el regreso del dueño del circo político





















OPINIóN


La centralidad de Milei: el regreso del dueño del circo político


La deserción o el fracaso de sus contrincantes, desde Cristina Kirchner hasta Macri, lo siguen imponiendo como el ganador del nuevo esquema post pandemia.



James Neilson


Revista Noticias




Javier Milei por Pablo Temes


Como sucedió en los meses que siguieron al triunfo contundente de Javier Milei sobre Sergio Massa en el balotaje de noviembre de 2023, los demás políticos aún no se han recuperado de la sorpresa que les depararon los resultados de las elecciones legislativas de octubre. Hasta que logren hacerlo, Milei permanecerá a solas en el centro del escenario y, desde luego, intentará aprovechar al máximo la oportunidad que el país le ha brindado para impulsar el proyecto político sumamente ambicioso que ha concebido.




Si bien dicho proyecto tiene una base hiperrealista -déficit cero, rigor fiscal, desregulación a ultranza y así por el estilo-, Milei lo ha decorado con tantas luces de fantasía que a muchos que comparten sus ideas clave les cuesta tomarlo en serio. ¿Es un farsante que ha sabido aprovechar la sensación generalizada de que han fracasado todos los esquemas que se han ensayado últimamente no sólo aquí sino también en buena parte del resto del mundo, o es un estadista auténtico que, por fin, ha encontrado la solución para el gran enigma argentino que durante generaciones ha desafiado a los economistas, politólogos y sociólogos más avezados del mundo?


Sea como fuere, a pesar de las dudas acerca de su equilibrio mental, ya que se da por descontado que se sentiría perdido sin el apoyo emocional de su hermana Karina y que por lo tanto no podrá alejarla del lugar que ocupa en el equipo gobernante, Milei ha regresado al centro del sistema político nacional merced a la incapacidad patente de los peronistas y otros para idear alternativas convincentes al proyecto que ha fraguado. Aturdidos por lo que sucedió en octubre, cuando gracias en parte a la intervención de Donald Trump y en parte al temor a que regresara el kirchnerismo, un gobierno que parecía estar exhausto se levantó de golpe, políticos de todos los pelajes están procurando acercarse a los Milei. Al desplazar a la Unión por la Patria peronista, La Libertad Avanza ya se ha convertido en la primera minoría en la Cámara de Diputados; no sorprendería que en los meses venideros lograra sumar más adhesiones.


Difícilmente podría ser más impactante el cambio de clima que ha producido la recuperación de Milei luego de una etapa penosa. Es como si todos los escándalos y errores que cometieron el presidente y sus adláteres y que tanto revuelo ocasionaron en las semanas previas a las elecciones hubieran sido fenómenos meramente mediáticos sin ninguna importancia en el mundo real. ¿Es lo que creen los hermanos Milei? No les convendría  confiar demasiado en la buena suerte que les ha tocado, ya que en tal caso no tardarían en provocar crisis aún mayores que las que hace poco amenazaban con hacer trizas de su gestión conjunta.


Lo entiendan o no, la reestructuración de la economía y por lo tanto del ordenamiento social del país que se han propuesto requerirá un esfuerzo hercúleo por parte de La Libertad Avanza, un partido que aún dista de haberse consolidado. El destino del gobierno, y del país, dependerá en buena medida de la convicción de que, dadas las circunstancias tanto nacionales como internacionales, la estrategia de Milei es la única viable y que hay que superar la resistencia a los cambios drásticos que ha propuesto.  


A los libertarios no les bastará con hacer número en el Congreso. También tendrán que reformar radicalmente muchas instituciones públicas para que sean más eficaces y, mientras tanto, persuadir al grueso de la ciudadanía de que las medidas que tienen en mente son imprescindibles. Nada de eso les será fácil. Es una cosa señalar que en el mundo actual todos los intentos de construir alternativas al capitalismo de mercado que siempre comienzan con la sustitución de empresarios por burócratas politizados asesorados por ideólogos, han tenido resultados lamentables y, en algunos casos extremos, atroces. Es otra reconciliar a los perjudicados por los ajustes legales con la pérdida de lo que, para muchos, son derechos adquiridos inalienables que hay que respetar. En este ámbito como en muchos otros, la sociedad argentina es sumamente conservadora. Como aprendieron otros gobiernos de ideas reformistas, está programada para resistirse a los cambios estructurales.  


Milei es presidente porque, además de comprometerse a remplazar una economía disfuncional por otra muy distinta que sea aún más “liberal” que las existentes en otras latitudes, se afirmó resuelto a hacer algo parecido con la clase política del país, es decir, con “la casta”. Por desgracia, no hay indicios de que quienes integran el sector así denominado hayan prestado atención alguna a los mensajes que les ha enviado el electorado. Por el contrario, en vez de intentar impresionar a los votantes por su solvencia moral e intelectual, muchos de los legisladores que asumieron la semana pasada optaron por mostrarse francamente indignos del papel que fueron elegidos para desempeñar. No sólo los kirchneristas que impúdicamente  reivindicaban sus ideales cleptocráticos - sería asombroso que algunos realmente creyeran que Cristina nunca se apropió indebidamente de nada cuando gobernaba el país -, sino también los libertarios que supuestamente representan un estilo político muy diferente, se las arreglaron para protagonizar un show grotesco. 


Al actuar así, nos recordaron que, lejos de querer mejorarse, “la casta”, reforzada por muchos fanáticos de Milei, está vivita y coleando y no tiene la menor intención de permitirle modificar sus costumbres. Puede que en el corto plazo el gobierno se sienta beneficiado por la bajísima calidad de tantos políticos profesionales que dicen estar resueltos a respaldarlo sin preocuparse por los detalles, pero si Milei quiere rehacer el país, andando el tiempo se verá perjudicado por su propia contribución al deterioro de la cultura política nacional.


Aunque muchos lamentan que hoy en día es habitual que la gente vote por el mal menor, el escepticismo así manifestado es saludable. En las democracias maduras, la mayoría se conforma con que los políticos sean personas honestas dispuestas a subordinar sus propias aspiraciones materiales al bien común. La mala fama de “la casta” local se debe precisamente a la sospecha nada arbitraria de que demasiados están más interesados en enriquecerse por medios que tal vez no sean ilegales pero que así y todo son despreciables, como es rutinario en las notoriamente inservibles legislaturas bonaerenses, que en intentar encontrar soluciones para los problemas que enfrentan los obligados a financiar sus actividades pagando impuestos y otros gravámenes.


Para el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, esta realidad deprimente acarrea ventajas; le fue dado aprovecharla para conseguir los votos que necesitaba para no verse constreñido a manejar mejor los recursos financieros del feudo peronista que está procurando manejar. Para congraciarse con “la casta” local, la semana pasada Kicillof optó por repartir cargos en el Banco Provincia y la frondosa administración pública entre legisladores que de otro modo le hubieran impedido endeudarse por casi cuatro mil millones de dólares. En esta empresa, Kicillof fue acompañado por diputados provinciales de la UCR y Pro que antepusieron el acceso de su agrupación particular a una caja repleta de dinero a la defensa de los intereses de los bonaerenses de a pie.


Kicillof, que se ve como un presidenciable y sueña con reemplazar a su ex madrina Cristina como el líder natural del peronismo, es reacio “por principio” a reducir el gasto público de la groseramente sobredimensionada jurisdicción que le ha tocado administrar. Para Milei, el que el gobernador sea un “degenerado fiscal” hace de él un adversario muy valioso, ya que, además de carecer de carisma, brinda la impresión de sentir nostalgia por esquemas económicos anticuados, razón por la que a veces lo llama “el soviético”. Así las cosas, extrañaría que lo ayudara a conseguir los créditos que está buscando, También beneficia a Milei el conflicto de Kiciloff con Cristina y los militantes de La Cámpora que tanto está contribuyendo a la jibarización del peronismo que, para salir de la crisis confusa que está consumiéndolo, tendría que renovar tanto su liderazgo como su sustento doctrinario.


¿Logrará hacerlo? A esta altura, parece poco probable que el peronismo consiga reordenarse antes de las próximas elecciones presidenciales, pero sobrevivirá como “un sentimiento” aun cuando dejara de ser un movimiento político significante, lo que le sucederá a menos que recupere su capacidad para brindar a quienes militan en sus filas caminos hacia el poder político, cierto prestigio social y, claro está, el dinero.


Para los muchos dirigentes libertarios que se formaron en el peronismo, Milei será el heredero espiritual del general que, en circunstancias muy distintas de las actuales, también combinaba el pragmatismo con dosis fuertes de misticismo para crear una mezcla muy potente. Aunque no hay motivos para suponer que la conducta a menudo antipática de Milei sea fruto de los consejos de publicistas políticos que se especializan en la creación de imágenes para sus clientes, parece apropiada para alguien que espera conseguir la adhesión de quienes no se sienten representados por los jerarcas del PJ o por la decrépita gerontocracia sindical.  

HUMOR DIARIO

Estados Unidos y su giro más dramático de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial











LA NACION > Opinión


Estados Unidos y su giro más dramático de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial


Existe un riesgo no menor para la administración Trump: que la amenaza eventualmente inocua al régimen de Maduro implique un costo reputacional significativo


LA NACION


Sergio Berensztein


Donald Trump por Alfredo Sábat


El debut electoral de la nueva estrategia de seguridad publicada por la Casa Blanca resultó complicado: en Honduras se viven horas de creciente tensión, con denuncias por ahora infundadas de fraude y con el candidato que habría logrado el triunfo, Nasry Asfura, fuertemente respaldado por Donald Trump, cuestionado por la presidente saliente, Xiomara Castro, e incluso por Salvador Nasralla, segundo en el conteo preliminar a apenas 40.000 votos (algo más del 1%) del exalcalde de Tegucigalpa. Lo de Castro es entre asombroso e irrisorio. Denunció un “golpe electoral” y una supuesta manipulación del sistema utilizado para el recuento: una sincera admisión de inoperancia muy poco frecuente en esa especie en extinción que es el populismo bolivariano en América Latina. La titular del Consejo Nacional Electoral (CNE), Ana Paola Hall, llamó a las Fuerzas Armadas a defender el proceso electoral ante la presencia de una turba convocada por Libre, el partido de gobierno, que lidera Manuel Zelaya, esposo de Castro. Vale la pena enfatizar que la candidata oficialista, Rixi Moncada, exministra de Defensa, viene de sufrir una durísima derrota, con algo menos del 20% de los votos. Castro, Moncada… imposible que estos apellidos no remitan a la omnipresente influencia cubana en Centroamérica y el Caribe.



En 2009, luego del fracaso electoral en el nivel nacional y en la provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner sorprendió con un contundente respaldo a Manuel Zelaya en su intento de avanzar con una reforma a todas luces ilegítima de la carta magna, que impedía la reelección, mediante un referéndum que la Corte Suprema de Honduras había declarado inconstitucional. Alineado con la Venezuela de Chávez, que le regalaba el petróleo, Zelaya pretendía perpetuarse en el poder modificando las reglas del juego, cosa que CFK ni siquiera pudo intentar debido a otra durísima derrota, la de 2013, que iniciaría un ciclo catastrófico para sus aspiraciones: desde ese año, perdió todas las elecciones con la excepción de las de 2019, cuando se automarginó en el lugar de vice para maximizar las chances de ganar en primera vuelta con Alberto Fernández como candidato, consciente del rechazo que generaba su figura. Considerando esa pésima performance electoral, llama la atención la paciencia y la generosidad del viejo aparato justicialista con Cristina: “Peronismo es ganar”, definió alguna vez el Chango Díaz, exministro de Trabajo de Menem. ¿Era? Cuestionada ahora como nunca antes, la expresidenta prefiere en esta etapa ignorar las desventuras de sus ¿ex? amigos de la Patria Grande latinoamericana.


Esto incluye a Nicolás Maduro, todavía presidente y bailarín primado de Venezuela, sometido a un asedio militar sin precedentes por parte de Estados Unidos. Para identificar una acumulación de fuerza militar de similar envergadura hay que remontarse a la destitución de Rafael Noriega el 20 de diciembre de 1989. Ese dictador, condenado por narcotráfico, homicidios, lavado de dinero y delitos de lesa humanidad, murió en detención domiciliaria en su ciudad natal, Panamá, en 2017, luego de haber cumplido una sentencia de más de dos décadas en una cárcel de Miami y otra más acotada en una francesa. Según Trump, Maduro, que por ahora evitó la traición de las Fuerzas Armadas bolivarianas y la de los jerarcas del régimen, tiene las horas contadas. Esto podría convertirse en un nuevo desafío para Washington si llega a verse forzado a utilizar la fuerza, no ya contra las lanchas que presuntamente transportan droga y en torno a las cuales se disparó un debate legal en la capital norteamericana, sino contra el régimen chavista. ¿Requeriría la autorización del Congreso? Algunos especialistas argumentan que no sería necesario en la medida en que no haya una invasión formal y que “solo” se trate de, por ejemplo, un bombardeo puntual y limitado a objetivos vinculados con el narcoterrorismo. De todas formas, existe un riesgo no menor para la administración Trump: que esta amenaza eventualmente inocua al régimen de Maduro implique un costo reputacional significativo. Sería un traspié difícil de remontar para la mencionada estrategia de seguridad nacional, muchísimo más grave que el creciente desgaste que experimenta en Honduras. Ya aparecieron algunas protestas en varias ciudades y campus universitarios norteamericanos en contra de la “invasión” de Venezuela. En muchos casos, se trata de los mismos que manifestaban hasta hace poco en contra del “genocidio” en Gaza. Y, tal vez por inercia, las banderas palestinas yacen junto con las venezolanas. Nada mejor para las pretensiones de Washington y su argumento de que el régimen de Maduro mantiene estrechos vínculos de negocios espurios tanto con Hamas y Hezbollah como con sus mandantes de Teherán.


La resiliencia de Maduro se explica por la omnipresencia de la inteligencia cubana en su gobierno. La Habana no se resigna a perder su posición privilegiada y parasitaria sobre Venezuela, un recurso estratégico extraordinario para esta isla especializada en resistir las presiones de EE.UU. Sin el petróleo ni los infinitos negocios, fundamentalmente los ilegales, el régimen castrista no hubiese sobrevivido. ¿Existe acaso un desenlace feliz en torno al laberinto en el que Trump se metió en el Caribe que se limite a Venezuela y excluya en la práctica a Cuba? Es obvio que semejante desplazamiento de tropas y armamentos no apunta a amedrentar únicamente a Caracas. Y que la liviandad con la que EE.UU. toma ahora la invasión de Rusia a Ucrania supone que espera una contraprestación de similar tono si opta por el uso de la fuerza para desplazar a Maduro y arrastrar al régimen cubano. Entretanto, para matizar la espera, Marco Rubio, el principal exponente de los descendientes del exilio (que acaban de sufrir una durísima derrota en la elección para alcalde de Miami), exsenador por Florida, actual secretario de Estado y titular del Consejo de Seguridad Nacional, un potencial candidato presidencial en 2028, ordenó a la diplomacia de su país que suspenda el uso de la letra Calibri en los documentos oficiales, considerada por la cultura woke más sencilla para la lectura, para retornar a la añorada Times New Roman. Tal vez, sin quererlo, abona la caracterización de “presidencia imperial” que recibe el estilo de liderazgo de su jefe.



A propósito, en un prólogo escrito por CFK para un libro de los periodistas Cynthia Ottaviano y Roberto Caballero, afirma que “Rusia nunca quiso invadir Europa”, en una clara defensa de Vladimir Putin, cuya estrategia en Ucrania fue el fruto de una supuesta “reacción defensiva” frente al avance de la OTAN. ¿Recordará la invasión a Crimea de 2014? Más allá de eso, es la misma hipótesis que respalda el documento de estrategia hecho público por Washington y que, según los principales especialistas en seguridad internacional, significa el giro más dramático por parte de EE.UU. a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que en algún momento el propio Lula da Silva había sugerido un argumento similar, para horror de sus amigos de la izquierda europea, que no podían contemplar los vasos comunicantes que implicaba la pertenencia de Brasil a los Brics (acaban de lanzar un nuevo sistema de pagos internacional denominado UNIT, con la intención de debilitar al dólar). Lo que sorprende es la coincidencia conceptual entre CFK y Trump respecto de un tema tan polémico como el conflicto en Ucrania. “No tiene nada que ver con su insistencia de que Bibi Netanyahu sea beneficiado con un indulto ni con la solidaridad con otro expresidente preso, Jair Bolsonaro”, aseguró con fina ironía un excanciller peronista.


Por Sergio Berensztein

"Wonder Woman Vol.1 #194 La Prisionera!"

viernes, 12 de diciembre de 2025

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