lunes, 3 de noviembre de 2025

La ilusión electoral

 Opinión


La ilusión electoral


Luis Costa


Diario Perfil



Javier Milei Motosierra 2.0 por Pablo Temes


Resulta recurrente, y común, que algunos procesos sociales sean vivenciados como sorpresivos, es decir, como episodios de lo inesperado. Rápidamente, se puede incluir una necesidad en esta descripción; lo inesperado es lo opuesto a lo esperado, de modo que sin esquemas constituidos de lo que supuestamente debería suceder, como episodio normal, lo sorpresivo sería ininteligible. Esta combinación compuesta de factores cruzados evidencia la necesidad del rol clave que cumplen las expectativas para la mayoría de los procesos sociales, o sea, de la función que ocupan en el modo en que se cree la sociedad funciona. Justamente, la sociedad necesita para operar de recurrencias, de repeticiones, de ciertas expectativas que se confirmen de una manera recurrente, y solo bajo esa condición estructural de funcionamiento, puede señalar la comunicación social a determinados sucesos como sorpresivos. La sorpresa, no sería nada sin su contraparte asumida como normal. El modo en que la política se lleva con las elecciones, tiene un acumulado serio y complejo de estas combinaciones. Para la política, las elecciones son procesos desestabilizadores serios, pero atados a una temporalidad fija.


El mercado y las empresas, incluso los valores de las acciones en las bolsas locales o internacionales, tienen un contacto cotidiano con su realidad económica, de modo que es casi inmediato el vínculo de evidencia con cierto registro de continuidad normal de sus operaciones, o de cambios sorpresivos. Ninguna empresas demora dos años en darse cuenta que sus ventas han decrecido, y los valores de las acciones son registros simultáneos que se pueden consultar desde un teléfono móvil. Para la política, más allá de algún registro de opinión, no queda más que esperar a la verdad de un acto electoral masivo cada dos años. Ese tiempo,  hasta llegar a la verdad numérica de una victoria o una derrota, al ser tan extenso y sin registro objetivo, requiere del reemplazo imaginario de lo que supuestamente estaría sucediendo. 



Milei pensó todo el tiempo que podía prescindir de la administración, de la burocracia


La construcción de ese universo fantástico es el que establece las condiciones que convierten en posible leer algo como sorpresa, o como normal y esperado. Sin embargo, no eliminan ni la incertidumbre, ni el riesgo desestabilizador, solo dan temas para hablar mientras el tiempo avanza hasta la realidad final. Los componentes que conforman lo considerado esperable y normal en política pueden prescindir de cualquier información del mundo real. Es decir, no requieren de su presencia. No es esto un patrimonio exclusivo del sistema político ni un invento de esto que de moda la gente repite a través del concepto ya casi insoportable de “posverdad”. Las naciones viven a través de sus mitos fundacionales, los ídolos populares se exponen públicamente en este tiempo de exhibicionismo para simular una vida plena (hasta que se divorcian y deben salir a dar explicaciones), las marcas en el mercado son exitosas si a través del tiempo hacen sentir a sus usuarios más seguros de sí mismos con la afeitada que les proporcionan, o la indumentaria que les ofrecen en la circunstancia que esté de moda, y hasta el sistema del derecho genera dictámenes de culpabilidad o inocencia sobre un cuerpo de normas que la política legisla de acuerdo a los procesos de lo aceptado o no aceptado por la sociedad sobre la base de cambios culturales que diferencian de manera cambiante lo aceptable de lo no aceptable. 


Poco es lo que objetivamente sustenta estas alternancias, aunque todas ellas son aceptadas como reales y como componentes del mundo conocido como normal.  Lo que une a lo normal con lo sorpresivo, lo inesperado, es la decepción de las expectativas; y por decepción debe justamente comprenderse un sentido de lamento. La conformación de esta normalidad supuesta debe inspeccionarse en términos de función, y función como un antiguo concepto de moda en sociología de otros tiempos, pero no por eso poco útil para el ahora de este presente; es decir, en cuanto al rol que le ocupa la construcción de normalidad sobre la base de supuestos. Se trata, en realidad, de un esfuerzo considerable de ordenamiento. Aquello que es asumido como real es en realidad un reductor de complejidad, es un resumen de lo inabarcable del mundo, para hacer de ese mundo imposible de ser tomado por nadie, como algo atendible y explicable.


La decepción coloca a ese mundo en una zona de pregunta y duda, y la función de estos supuestos explicativos, es hacer regresar lo desviado a una normalidad supuesta, pero conocida.  Hace casi dos meses la victoria peronista era absorbida con sorpresa por el universo de la política. Una diferencia de 13,57 puntos porcentuales entre Fuerza Patria y La Libertad Avanza requería argumentaciones urgentes para volver comprensible algo no esperado. De este modo aparecieron afirmaciones sobre el deterioro de la economía, la lucidez de Kicilloff en desdoblar la elección, las denuncias de corrupción contra el gobierno de Milei y el supuesto abandono de sus votantes, conformaron una realidad asegurada e incuestionable, que unida a esos resultados, hicieron del tiempo del gobierno de Milei un período de difícil tránsito. Su gobierno parecía casi terminado, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires como el artífice de la renovación dilatada del peronismo. Los que odian a Milei vivieron esos días como un transitar glorioso repleto de risas y donde todo parecía posible.  Hace una semana nadie entendía nada de nuevo y de repente los argumentos servían, pero en un sentido inverso. La gente le habría puesto un límite al kirchnerismo porque tiene miedo a regresar al pasado, que todos comprenden el esfuerzo que hay que hacer para esperar a la reactivación económica, que los candidatos del peronismo eran todos pocos atractivos (y los de septiembre eran aparentemente bárbaros), que el peronismo no tiene nada nuevo para ofrecer, y que la ayuda de Trump fue clave. Interpretaciones arrojadas sin cuartel a un público totalmente confundido buscaban darle componentes de normalidad, a lo que los esfuerzos equivalentes habían consolidado cuando la victoria fue a la inversa. 


Después de la crisis electora, lo que estaba suelto parece soltarse aún más


Lo que une a esta semántica, con la anterior, es la necesidad de dar sentido para que la sociedad pueda seguir funcionando. Aunque este mecanismo forma parte esencial del modo en que la sociedad funciona, existen recursos para que no todo lo que gira alrededor de estos elementos sea únicamente en conexión a supuestos acumulados. Ese rol lo puede absorber una comunicación complementaria basada en datos, en información que permita, luego del asombro, determinar la explicación de determinados comportamientos. Si esto fuera posible, la comunicación política podría alternar entre un diálogo de tipo cognitivo, sobre la base de información, y otro de tipo moralizado, sobre la base de supuestos y creencias.


Pero poco de lo primero ocurre. Las elecciones son en definitiva episodios numéricos, observables y analizables. Muchos de los supuestos que se consolidan como ideas asombradas podrían ser rápidamente erosionados con solo mirar los datos. No es la primera vez que el peronismo pierde una elección intermedia en la provincia de Buenos Aires, en realidad es lo que suele suceder, pero todavía, cada vez que vuelve a ocurrir, solo se ofrece al episodio un análisis asombrado al que se le agregan todo tipo de teorías al azar que parecen ciertas. Lo interesante es que esas teorías forman parte de la construcción de realidad interna de la política. Milei es en definitiva eso, un fanático ideológico, para un medio que vive de sus propias fantasías. Mejor presidente para ese público, probablemente por ahora, no hay.

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