jueves, 31 de julio de 2025

HUMOR DIARIO

Ante el caos, malas soluciones: una tradición argentina

 Ante el caos, malas soluciones: una tradición argentina


¿Es Milei un verdadero liberal que viene a desmantelar el corporativismo, es un cruzado contra el populismo o esconde vicios simétricos a los que dice combatir?

Para LA NACION
Marcelo Gioffré 


Ilustración Alfredo Sabat

Durante el peronismo canónico, los intelectuales se mantuvieron aglutinados en la crítica al régimen; inversamente, ante la caída de Perón, en septiembre de 1955, el mundo de la cultura se dividió en un delta de matices. Uno de los duelos más ricos, aunque no el más estridente, fue el que mantuvieron Borges y Martínez Estrada a principios de 1956. Para Borges la Revolución Libertadora merecía su aprobación por el mero hecho de haber derrocado a Perón. Martínez Estrada, en cambio, veía en el gobierno de Aramburu muy poco de positivo, peor aún: lo percibía como una forma secreta de nutrir el imaginario peronista. Emplearon una metáfora literaria para cifrar su disidencia: Borges decía que San Jorge había matado al dragón y eso era suficiente, ante lo cual Martínez Estrada se preguntaba si ese San Jorge no sería, en realidad, una inyección de sobrevida para el dragón. El tiempo le dio la razón a Martínez Estrada.

Hoy resulta pertinente la misma pregunta: ¿es Milei un verdadero liberal que viene a desmantelar el corporativismo, es un auténtico San Jorge que busca ultimar al dragón, o llega para enmascarar y oxigenar al peronismo, es decir que se disfraza de San Jorge para dotar de una nueva piel al dragón? ¿Es Milei un cruzado contra el populismo o es un caballo de Troya que esconde vicios simétricos a los que dice combatir?

Basta revisar el reciente discurso que pronunció en la Sociedad Rural para advertir que, en lo político, Milei está lejísimos de ser un liberal democrático. Dejemos de lado las escaramuzas y centrémonos en lo relevante: sostuvo que en el Congreso se atrincheran los “degenerados” y “parásitos” que buscan frustrar su plan (de ahí los vetos), que su programa es la única solución, una verdad indiscutible, y que cualquier otra salida representa el error, por lo cual no le interesa entablar ningún tipo de diálogo. Aunque se cuidó de decirlo explícitamente, el Congreso constituye, desde esa perspectiva, un estorbo: mejor dejarlo de lado. Fujimori se habría ruborizado.

Para el mileísmo no hay síntesis posibles, la verdad no es una construcción coral y democrática, sino la condensación de una diarquía familiar que homogeneiza al pueblo. Milei y su hermana se sienten las únicas personas lúcidas en un país de necios. En esa línea se inscriben también las purgas internas, de Marra a Villarruel, y la exigencia de “lealtad”: un homenaje cifrado al 17 de octubre. Soldaditos obedientes o el destierro. El mileísmo es un dogma de fe: nadie puede apartarse un milímetro, ni osar debatir ideas, ni pedir favores. Pestañear ya es traición. ¿Por qué llamar gobierno republicano a uno que rechaza la deliberación pública y aspira a construir una democracia de “partido único”? ¿Por qué confiar en que, si pierde las elecciones, entregará mansamente el poder a quienes reputa equivocados, en lugar de alentar, como sus amigos Trump y Bolsonaro, una resistencia antidemocrática?

El mileísmo reúne un fértil conjunto de arrebatos místicos e irracionalistas. Se entremezcla con pastores que ejecutan rituales esotéricos: imposición de manos o extrañísimas mutaciones financiares; sus funcionarios provienen, en general, de universidades con fuerte impronta confesional; en Nueva York, ante la tumba de un rabino ortodoxo, Milei pide la concesión de milagros; fuentes cercanas al poder deslizan que algunos colaboradores habrían sido desplazados cuando el tarot les fue adverso; llora ante el Muro de los Lamentos; insiste en conectar abusivamente la homosexualidad con la pederastia; denigra el feminismo, el mundo trans y toda diversidad sexual. En una palabra, funde (o confunde) política con religión.

Cada vez que la Argentina cae en el desorden adopta malas soluciones. Fruto de esos errores es la espesa colección doméstica de autoritarismos. Milei, mal que le pese y a pesar de referenciarse en Alberdi, Sarmiento y Roca, se inscribe en la saga populista que inauguró Juan Manuel de Rosas. La salida que la sociedad encontró en 1829 fue la peor: un outsider. Las notas distintivas fueron el odio a lo intelectual, el culto a la ignorancia carismática, el conservadurismo en las costumbres sociales (recordemos la reacción frenética en el caso de Camila O’Gorman y el padre Ladislao Gutiérrez), la polarización (laclausismo avant la lettre) y el corporativismo con los ganaderos de la provincia de Buenos Aires y la familia Anchorena. En síntesis, concentración de poder y clausura de cualquier forma de consenso.

También sucedió en 1943, con Perón. Esa Argentina moderna y laica que había crecido bajo el influjo de la generación del 80 tenía un déficit a resolver: una gran parte de su población no estaba incluida en el sistema político. El problema existía y la sociedad otra vez buscó un outsider. Le dio un cheque en blanco a un coronel del Ejército secundado por una actriz de radioteatro. Una solución equivocada que desembocó en un modelo plebiscitario y fascista: reconfiguración institucional, un Congreso disecado, encarcelamientos, torturas y décadas de despilfarro económico.

1976 marca el tercer hito. Montoneros y ERP intentaban implantar el comunismo mediante la lucha armada: ponían bombas, secuestraban y mataban; como siniestra contrapartida, bandas parapoliciales asomaban a la superficie desde los turbios sótanos del Ministerio de Bienestar Social, a cargo de un mayordomo de Perón, mientras la economía entraba en un torbellino inflacionario. Había un caos, sí, pero la sociedad, dejándose llevar por el facilismo, otra vez encontró la peor solución: renunciar al diálogo político y entregar el poder a un grupo de asesinos que, en lugar de luchar con la ley en la mano, desplegaron el terrorismo estatal.

La actual es la cuarta experiencia: el peronismo estaba agotado después de años en que había fomentado un empresariado de invernadero –los amigos del poder de la causa “Cuadernos” son apenas la punta del iceberg–, un sindicalismo corrupto y nuevos gremios estrafalarios, como los repartidores de planes sociales. El kirchnerismo (la última rama podrida del árbol peronista) fue una catástrofe y, cuando ya su fracaso se tornó ostensible, su líder intentó maquillar la debacle con candidatos póstumos, aparentemente más digeribles para la clase media. El resultado fue aún peor: se llevó al límite el descalabro económico y el robo. Bastará recordar que en 2023 era un secreto a voces el tráfico de autorizaciones para importar, tarifadas por cuadrillas paraestatales.

El problema estaba pero la solución otra vez fue un outsider: se le entregó el poder a un hombre que despotricaba como panelista de Intratables, secundado ahora por su hermana. Esos gritos que profería, como un profeta poseído, combinaban un presunto academicismo económico y el hartazgo del hombre común. Su discurso caló. A pesar de provenir el emisor de una corporación adiestrada en mercados regulados y de los claustros del señor Scioli, enunciado de modo flamígero su repertorio anticasta hipnotizó a un público enojado. Bajo esta nueva luz, ¿sorprende que la casta esté intacta y que los platos rotos los paguen los jubilados, los discapacitados, la cultura, la ciencia y los exportadores? ¿Sorprende que, en lugar de abolirse el corporativismo, a los Lázaro Báez los hayan sucedido los Hayden Davis, o las empresas de la familia Menem?

Rosas, Perón, la Junta Militar o Milei, llamados para que pongan orden –¡poco importó cómo!–, dan cuenta de que en sociedades ansiosas la Mazorca puede salir de los saladeros, de los frigoríficos o de los cuarteles; la tentación autoritaria, de un programa de televisión. No conviene forzar líneas históricas, no creo en el fatalismo telúrico ni en las maldiciones atávicas, pero el actual experimento, más allá del clima de época, encastra con comodidad en una tradición. Las coincidencias saltan a la vista.

Por Marcelo Gioffré

martes, 29 de julio de 2025

Karina Milei, la monarca de la República Libertaria de Argentina

 Editorial

Análisis

Karina Milei, la monarca de la República Libertaria de Argentina

La reina de Argentina, Karina "Máxima", marioneta prescindencial Javier Milei. (Dibujo: NOVA)

Detrás de la figura mediática de Javier Milei, actual prescindente, se alza la sombra de su hermana Karina Milei, la voz institucional y la verdadera artífice de las decisiones clave en el Gobierno y en el partido La Libertad Avanza (LLA).

Analistas y dirigentes coinciden: Karina domina la agenda política y las estructuras partidarias, mientras Javier se enfoca en la economía.

Una relación de poder

Desde los inicios de la carrera política de Javier, Karina Milei ha sido su principal consejera y estratega.

“Es el jefe”, bromea él mismo, refiriéndose a su hermana, y reconoce en público que frecuentemente actúa como su vocero más que como su líder indiscutido.

En círculos internos del partido se habla incluso de una “diarquía Milei”, un inédito modelo de mando compartido en el que Karina asume la parte decisoria y Javier el rol simbólico y económico.

“Ella coordina alianzas, nombra a los principales cuadros de la estructura juvenil y diseña la narrativa oficial; él se encarga de la macro y de los discursos liberales más duros”, señala un colaborador cercano de la Secretaría General de la Prescindencia.

El control institucional

Como secretaria general de la Prescindencia y figura clave en La Libertad Avanza, Karina maneja la mayoría de los hilos institucionales. Las decisiones de Gabinete, las negociaciones con bloques legislativos y la estrategia de comunicación se cocinan en su despacho.

A diferencia de Javier, a quien suelen criticar por su desorden natural y su falta de interés en la “rosca” partidaria, Karina goza de fama de meticulosa, disciplinada y con una gran capacidad operativa.

“Sin Karina, este gobierno no podría sostener la estructura política que exige un presidente sin experiencia partidaria”, afirma Laura Di Marco, analista política, en La Nación.

Percepción pública y tensión interna

La sociedad y buena parte de los medios observan con extrañeza esta relación simbiótica: ¿Es Javier el líder o tan solo el rostro visible de una maquinaria diseñada por su hermana?

Las críticas de algunos sectores señalan que esta dinámica resta transparencia al poder ejecutivo y margina a otros referentes del espacio. Incluso se ha denunciado (sobre todo desde sectores más moderados) que la “lealtad” dentro del partido no es opcional, sino condición impuesta por Karina para acallar disidencias.

En julio de 2025, un artículo de El País describía cómo Karina exigía silencio ante las críticas internas: “La lealtad no es una opción: es una condición”, titular que resumió el clima de temor y obediencia al interior de La Libertad Avanza.

Consecuencias y futuros desafíos

La consolidación del liderazgo de Karina Milei plantea interrogantes sobre el equilibrio de poderes dentro del Ejecutivo y el partido.

Entre sus desafíos figura mantener la cohesión de una fuerza heterogénea (que va desde liberales ortodoxos hasta jóvenes sin experiencia política) y gestionar la relación con actores tradicionales del Congreso.

Para Javier, el reto será redefinir su espacio y demostrar que, pese a delegar el poder político, sigue siendo el motor ideológico de un movimiento que llegó al Gobierno con promesas de renovación.

¿Hacia dónde avanza la diarquía Milei? El tiempo dirá si este singular reparto de poder se sostiene frente a la exigencia de resultados o si, finalmente, la lógica institucional redefine los roles y redistribuye las responsabilidades en la Casa Rosada.

"NUEVA HISTORIA DEL UNIVERSO DC (2025) #02"