martes, 19 de agosto de 2025

"Editorial Dante Quinterno : Andanzas de Patoruzú #25"

lunes, 18 de agosto de 2025

Nunca Macri











COLUMNISTAS

Opinión

Nunca Macri

Roberto García para Diario Perfil


Derrumbe, Mauricio Macri. | Pablo Temes


La frase publicitaria “Nunca más”, utilizada hoy por el mileísmo como bandera contra el reservorio kirchnerista en la provincia de Buenos Aires, fue en verdad un silencioso y previo “Nunca más” contra Mauricio Macri y aquellos que lo rodeaban (Miguel Pichetto, por ejemplo). Tuvo éxito: no hubo necesidad de vitalizar la apelación histórica y emblemática para deshacer el esqueleto del ingeniero boquense, aunque todavía resiste la columna de Capital Federal. Esa muda vulgarización del símbolo de los derechos humanos esterilizó al PRO y a sus amigos, que se han quedado con la fantasía –en muchos casos– de que en el futuro se van a convertir en un Caballo de Troya si se llegara a desmoronar el oficialismo. Así debe pensar un Macri obligado a la paciencia –llamada resiliencia por sus cercanos–, furioso con el progreso de ciertos colaboradores que lo abandonaron. De Patricia Bullrich a Diego Santilli, con quien guarda un encono particular por pasados derrapes, no solo con Javier Milei sino también con Elisa Carrió. Un hombre cambiante, como el muñequito de los relojes suizos: ahora está en modo violeta.


Obligado por deserciones múltiples y decisiones partidarias, Macri dice ensayar la estrategia de esperar hasta diciembre para renovar votos políticos: justo cuando empieza a rendir examen el nuevo Congreso Nacional y su futura integración. Es una fecha para cobrar en boletería. Débil argumento, sin duda. Pero su liderazgo se astilló antes del sometimiento a los propósitos del Gobierno: fue cuando, en un cónclave nacional del PRO, se aprobó que, de acuerdo a los intereses en cada distrito, el partido se presentaba solo, siguiendo a Milei o pactando con los radicales de Maximiliano Pullaro en Santa Fe. Servicio pleno para atender al cliente. Una cariocinesis monumental, la división de las células.


Uno de los más afectados por esta concurrencia egoísta del partido para subsistir resultó Diego Guelar, a quien no le informaron que, por orden del Presidente, ya no se insultaba más en la profesión y, como no pudo candidatearse por adentro del PRO, calificó a Macri –quien le dio albergue y trabajo antes como embajador en China; alguien dijo que no era un premio, sino para tenerlo lo más lejos posible– como un “hijo de puta, como un reverendo hijo de puta”. No se entiende lo de “reverendo”.


Hay otra fecha a contemplar: un plazo de 60 días. Y no solo por Macri. De viaje en esas jornadas negras, la duración de dos meses que el equipo económico se ha impuesto –de acuerdo a la finalización de las próximas elecciones– para revisar un esquema en el que ahora se puede ganar un porcentaje inédito en dólares si se apuesta a los pesos. Tan insostenible que nada resiste en apariencia más allá de esa fecha, en particular las empresas medianas y pequeñas al borde del tablón (sucumben, no pueden disponer siquiera de un descalce por un descubierto en el banco de 15 días). Ni los mismos acorralados bancos, inhumanos como la misma perspectiva, que se asustan de prestarle a las grandes compañías. Por caso: en el esplendor de los rendimientos energéticos de Vaca Muerta, ¿cómo hace una multinacional petrolera si perforar un pozo tiene una tasa de retorno inferior al interés que se paga por los pesos?


Bien podría decirse que el equipo Caputo –con disposición ahora al encierro, por carencia de respuestas o soberbia, explicando solo en su propio medio restringido de streaming– no ignora la contingencia. Pero no puede salir. Se justifica en dos razones: conservar un índice de inflación que no trepe al 2% mensual y evitar cualquier suba estridente del dólar. Son causas comprensibles de la política que entraron en descomposición hace un mes, con el tema de las Leliq, y de valiosa importancia para la conducta electoral: se vive en un país en el que el comportamiento de la divisa extranjera, su empinamiento, puede complicar cualquier resultado en los comicios.


Por lo tanto, el team económico insiste en conservar esa tradición, cueste lo que cueste, aunque ese sacrificio –palabra que elude el Gobierno– haya empezado a complicar la idea de una aniquilación del populismo peronista en ciertos territorios, por más que se invoque el “Nunca más” al kirchnerismo y sus corruptelas. Por lo menos, es lo que dicen los mentideros de encuestas, sin comprometer el triunfo del Gobierno para incorporar más voces propias en el Parlamento. Y el dato más interesante es que el voluntariado libertario que amenaza desprenderse no salta al capítulo kirchnerista y transcurre a la intemperie de liderazgos. Sabrá Dios dónde terminarán cayendo, si es que se depositan en la urna.


No parece que las listas a conocerse esta noche sean atractivas para condicionar los votos. Algunos aspirantes pasan como antes los diarios debajo de la puerta de los ciudadanos y otros se encastran en la mínima apertura. Para Milei, el ensayo de su hermana es un desafío, hasta defender a una candidata en la provincia de Buenos Aires que parece un invento menemista como el Soldado Chamamé en tiempos de Carlos Menem.


Tendrá el mandatario que poner pecho y alma en sus recorridas, perseguido además con temas de complejidad judicial: el más fiero, la causa de la cripto Libra, ya en la mesa de una oposición con servilleta, cuchillo y tenedor, o derivaciones del monstruoso caso del fentanilo mortal, oriundo del kirchnerismo, pero con una administración de salud que hasta hace pocas horas respondía a los requerimientos vía un economista: Federico Sturzenegger. Una notable falta de compromiso y sobrada cobertura familiar para sobrevivir en el responsable del Ministerio, Mario Lugones, pariente de uno de los socios de Santiago Caputo y envuelto en negocios del rubro con varios dirigentes políticos.


Si puede, el Presidente saldrá en sus actos a tapar los agujeros negros y a distinguir, sin reconocerlo, sus propias fallas. Como se sabe, se apartó por conveniencia del diccionario de injurias que lo caracterizaba y, también, aunque las redes fueron significativas para que llegara a la Casa de Gobierno, no han resultado suficientes para mantenerlo en la cúspide. Mientras, el rechazo a los medios tradicionales por su decadencia natural está fuera de oportunidad: una alta proporción del electorado todavía se nutre de ese servicio informativo, también de las opiniones que incluyen, a las cuales Milei fustiga como si ese fuera un negocio bien remunerado. Tardó en darse cuenta de que esa realidad subsiste, influye, y que a sus acólitos fervientes del tuit cuesta comprarles un auto usado.

La Argentina necesita un cambio cultural, pero eso por sí solo no basta

 LA NACION > Opinión


La Argentina necesita un cambio cultural, pero eso por sí solo no basta


La riqueza de las naciones, la “cultura del crecimiento”, no nacieron del dominio de una idea sobre las demás, sino de la ruptura de la unanimidad, de la libre interacción entre ideas diferentes


18 de agosto de 2025



PARA LA NACION


Loris Zanatta


Juan Domingo Perón y Javier Milei


Alfredo Sábat








El presidente Milei acababa de prometer que no volvería a “usar” insultos. Pero, en su discurso a la nación por cadena nacional, llamó “genocidas” a los diputados culpables de rechazar sus leyes. Vaya piropo. Como enemigo de la inflación, sorprende que inflacione un término hoy demasiado inflacionado. Le hace perder el valor que debería tener. Ahora también sus enemigos lo tildan de “genocida”. Con lo cual, el debate sobre los “contenidos” se va al traste. O el Presidente no sabe lo que es un insulto. O insultar es su forma mentis, el reflejo espontáneo de una “cultura” intolerante. ¿Qué “cultura”?


Vamos paso a paso. Con su estilo irritante y su grotesca arrogancia, Milei ha dicho varias cosas certeras: el Congreso debería asumir la responsabilidad de indicar la forma de financiar los mayores gastos que aprueba: si aumentando los impuestos y cómo, si recortando gastos y dónde. De lo contrario, la descarga per via de la inflación o la deuda sobre las generaciones futuras. Siempre fue así. En Italia somos campeones. Claro, si Milei usara más el bisturí y menos la motosierra, si fuera cirujano en vez de carnicero, ayudaría.




Pero así se entra en el ámbito de la política, y con la política Milei y su gobierno tienen un problema. Un problema “cultural”, precisamente. Si todos tuviéramos las mismas ideas sobre todo, no habría necesidad de política: disfrutaríamos de la armonía soñada por los profetas, podríamos sustituir el gobierno de las personas por la administración de las cosas, como quería Engels, entregaríamos al líder de turno las llaves de nuestra “voluntad general” para que aplicara los dogmas en los que todos creemos. Así ha sido la política durante siglos, y me temo que lo está volviendo a ser: confesional, monista, absolutista. Si uno es el pueblo y unívoca su fe, cultura o ideología, uno será el rey, el caudillo, el partido, la clase, etcétera. La política se convierte así en cuestión sencilla: fieles e infieles, revolucionarios y contrarrevolucionarios, gente honrada y mandriles.


Pero resulta que en realidad cada uno piensa a su manera, que todos creemos tener las mejores ideas y que las de los demás son erróneas, horribles, nefastas. ¿Qué le vamos a hacer? Así nació la política moderna, la democracia: no por “buenismo”, sino porque era la forma menos incivilizada de convivir sin destruirse, la que más reducía los “costos de transacción” de la política confesional, donde era un juego de suma cero, de ganar todo o de todo perderlo. El ingrediente mágico de la nueva política era la legitimación mutua: aunque te deteste o incluso te odie, al reconocer tu legitimidad me aseguro de que reconozcas la mía. Por lo tanto, las reglas formales e informales de ese pacto, incluido el lenguaje, no son “formas”, sino la sustancia que distingue a la democracia de los órdenes confesionales.


A todo esto Milei parece ajeno. Recuerda las sabias palabras de un viejo sociólogo: la cultura de un católico holandés, decía, es mucho más parecida a la de un protestante holandés que a la de un católico latino. Es evidente que la cultura de un libertario argentino es mucho más parecida a la de un peronista argentino que a la de un libertario de otros lares. La concepción política de Milei, de hecho, es confesional, como siempre lo ha sido la peronista. Al escucharlo, se lo puede imaginar reformando el preámbulo de la Constitución, invocando sobre los argentinos la protección del “pensamiento del presidente Milei, fuente de toda razón y justicia”. Al igual que, en la época del kirchnerismo, se habría esperado que la “fuente de toda razón y justicia” se llamara Perón, Eva o quien fuera.



Al fin y al cabo, solo han pasado quince años desde que Cristina Kirchner arrasó en la primera vuelta, apenas seis desde que fue elegido Alberto Fernández. ¡Cómo ha cambiado todo en tan poco tiempo, se oye decir!¿Estamos seguros? ¿Los argentinos han tenido una revelación en el camino de Damasco? ¿O el giro económico, impuesto por los hechos, viene con continuidad cultural? Investido de poder, el caudillo latino se viste con los ropajes del legado confesional, lo ha mamado desde pequeño: “quien lucha por un orden injusto no tiene derechos, decía un antiguo jurista español, quien lucha por un orden justo los tiene todos”. Lo que es justo e injusto lo establece alguna fuerza del cielo. Así se cree eterno, funda “movimientos históricos”, utiliza como suyo lo que es de todos; en definitiva, sueña con fundar una nueva religión, un nuevo orden confesional. Milei va por ese viejo camino.


No está solo: se suma a la ola confesional que arrasa el mundo, desde la India hasta Rusia, desde Hungría hasta Estados Unidos. Una ola que en América Latina nunca ha remitido: quienes hoy celebran la reelección vitalicia de Boukele combatían la antidemocrática de Morales o Chávez, quienes alababan las monarquías boliviana o venezolana hoy se escandalizan por la salvadoreña. Se creen polos opuestos, son dos caras de la misma moneda. Cuando pretenden “defender la democracia”, hay que abrir el paraguas. Mejor insulten.


Por eso fue sorprendente escuchar a un historiador de la talla de Niall Ferguson lanzarse con vehemencia a una temeraria profecía: ¡Milei está acabando con el peronismo! Me temo que hay un malentendido. Si por peronismo se refiere al kirchnerismo y a la economía intervencionista, puede ser, aunque es pronto para decirlo. Sin embargo, es una lectura muy reduccionista del fenómeno peronista. Este ha demostrado en repetidas ocasiones una gran flexibilidad en materia económica. Su cultura confesional, en cambio, su verdadero ADN, colonizó hace tiempo la política argentina. Y por lo visto hasta ahora, Milei le está dando un nuevo nombre y nuevas oportunidades.


Son caprichos intelectuales, se dirá, todo político quiere ganar las elecciones e imponer sus ideas. Claro. Pero una cosa es ganar y otra aspirar a destruir a la competencia, deslegitimarla como tal: esto es la cultura confesional. ¿Conviene? “Tu pretensión de destruir a todos los enemigos”, escribió Jruschov a Castro, “te obligará a una guerra permanente”. Y la guerra no trae prosperidad. ¡Si él lo entendía!


Es claro, y se ha repetido, que la Argentina necesita un cambio cultural, que su decadencia económica se debe en buena medida a la pesada herencia de una cultura hostil a la economía de mercado, a la innovación, a la competencia. Sin embargo, eso por sí solo no basta. La riqueza de las naciones, la “cultura del crecimiento”, no nacieron del dominio de una idea sobre las demás, sino de la ruptura de la unanimidad, de la libre interacción entre ideas diferentes. En definitiva, del fin de la cultura confesional.


Por Loris Zanatta